Epílogo
Suena “She” de Elvis Costello, y observo a mi padre arrancar al piano cada nota con una emoción que se me hace bola en la garganta, porque su hijo se casa y, en estos instantes, la que será su esposa atraviesa el pasillo hacia el altar con una sonrisa temblorosa y agarrada del brazo de Emma, que también se casa. A cada lado, sus padres. Hacer un pasillo extra-ancho para que entraran los cuatro a la vez ha merecido la pena.
Reconozco que tenía dudas sobre esto de celebrar una boda doble, pero ahora que veo a Óscar y Adam esperando en el altar, nerviosos, pero felices, y a Vic y Emma entrando juntas, agarradas de los brazos, con la majestuosidad que solo tienen las novias el día que se casan, empiezo a creer que ha sido la mejor idea del mundo, porque estoy completamente seguro de que recordaré este momento toda mi vida como algo especial y único.
El aspecto de Vic y Emma no tiene absolutamente nada parecido. Mi cuñada lleva un vestido de esos de estilo griego, pero en rosa pálido. ¿Que por qué se casa de rosa? Bueno, porque Vic es… Vic. Lleva el pelo recogido, aún con mechas en todos los tonos de color pastel que existen, y está tan guapa que quita el aliento. A su lado, Emma camina con un vestido blanco roto, mangas largas y una cola cubierta de flores secas naturales. Es precioso. Ella está preciosa. Las dos están… joder, están radiantes.
En el altar, mi hermano y mi mejor amigo sonríen tanto que se les va a romper la mandíbula. Reconozco en sus ojos la impaciencia, la intensidad y la satisfacción cuando sus chicas llegan hasta ellos.
Frente a mí, Emily viste de azul, porque Vic se empeñó en que el salmón, de pronto, era feo. Aquello llevó a un drama interno porque Emily decía que solo lo hacía porque le habían dado una paliza y Vic aseguraba que no, que era una revelación casi divina. Al final, mi hermano Adam, hasta los huevos de la eterna discusión, las presionó una tarde para que decidieran y las obligó a prometer que no discutirían más por el color del puñetero vestido.
Estamos en el altar con ellos. Ella, como dama de honor. Yo, como padrino de ambos. No somos los únicos, pero da igual, porque lo cierto es que, quitando el momento de la entrada de las novias, no he podido ver a nadie que no sea ella. Joder, está preciosa. Su cara está, por fin, libre de hematomas y su brazo libre de escayola. Sus costillas han mejorado tanto que ya apenas le molestan, aunque ahí tuvo mucho que ver la fisioterapia respiratoria, y su cicatriz apenas es visible, aunque ella la observe a menudo en el espejo, cuando piensa que no me doy cuenta. No sé qué piensa en esos momentos, porque sigue siendo una mujer de pensamientos profundos que le pertenecen solo a ella, y está bien así. No es que quiera que se abra en canal y comparta conmigo todo lo que siente o… Bueno, joder, no voy a ser hipócrita, sí que quiero eso, pero comprendo que las personas, a veces, necesitamos guardarnos cosas para nosotros mismos hasta estar listos para compartirlos. Incluso si no lo estamos nunca. Hay pensamientos y sentimientos individuales y eso está bien, porque somos una pareja, pero seguimos siendo personas independientes.
La ceremonia da comienzo y juro que transcurre un pestañeo antes de que la persona que la oficia pida a los novios y novias que lean sus votos. Primero Vic y Adam. Luego, Óscar y Emma. El silencio en el local de celebraciones del camping es tan intenso que podríamos oír el vuelo de una mosca, y tiene mérito, porque esto está atestado de gente.
—He pensado largo y tendido qué promesas quiero hacerte —Empieza diciendo mi hermano—. Quería algo que te hiciera llorar; algo que te haga pensar en lo mucho que me quieres, para que no tengas dudas de que estás haciendo lo correcto casándote conmigo, pero luego me he dado cuenta de que, en realidad, prefiero hacer algo realista. No voy a prometerte el sol o la luna, Victoria, pero te prometo estar contigo cada día y cada noche. No te prometo ser un marido perfecto, porque a veces fallaré, seguro, pero te prometo pensar profundamente en todas mis acciones: en las buenas, para repetirlas, y en las malas para aprender de ellas. Prometo serte fiel, respetarte, quererte y cuidarte todos los días de mi vida. Prometo ser valiente y luchar por este matrimonio cada día, incluso en las malas rachas. Sobre todo en las malas rachas, para que dentro de muchos años puedas pararte un día cualquiera, pensar en nuestra vida en común y decir: no fue fácil, pero valió la pena. Te quiero, ahora y siempre.
Coloca la alianza en la mano de una Vic que tiembla tanto como una hoja al viento, pero, cuando le llega el turno, habla con una determinación que asombra.
—Cuando pensaba en nuestros votos, lo único que venía a mi mente era que no puedo prometerte nada común, porque no soy así, de modo que prometo hacer que mis excentricidades no nos desborden a ninguno de los dos. Prometo apoyarme en ti cada vez que lo necesite, pero, sobre todo, prometo ser un buen apoyo cuando tú lo necesites. Prometo hacer de tu día a día un caos, aunque eso sea positivo y negativo en la misma medida. Prometo ser yo misma cuando esté contigo. Eso siempre. Prometo ser valiente, Adam. Por ti, por mí y por lo que está por venir. Y prometo serte fiel, respetarte, quererte y cuidarte todos los días de mi vida. Te quiero, ahora y siempre.
Carraspeo cuando coloca el anillo en el dedo de mi hermano. No soy de llorar en bodas, pero reconozco que esto… esto me está costando. Miro a Emily, que hace ya tiempo que dejó de contenerse. Sonrío y me esfuerzo por mirar a alguien más. En la primera fila de invitados, mis padres, Julieta y Diego aguantan el tipo como pueden. Me fijo en que mi madre y Julieta, sentadas en el centro y agarradas de las manos, como si con ese gesto pudieran contener el mundo de emociones que deben estar sintiendo. Y ese gesto tan simple sirve para que el nudo en mi garganta se incremente. Cuando oigo a Óscar, mi mejor amigo, comenzar a hablar, sé que esto va a rematarme.
—La primera noche que trabajé en la cocina de mi restaurante pensé que era la mejor noche de mi vida. Nunca antes había sentido nada igual. Tenía una familia a la que adoro, buenos amigos y vivía en la mejor ciudad del mundo, pero nada de aquello se comparaba con la sensación de estar cumpliendo mi gran sueño. Pensaba que no podía pedirle más a la vida, pero entonces entraste un día cualquiera pidiendo un café con un montón de azúcar y riñendo a un señor que solo quería que lo dejaras en paz. —Emma se emociona ante la mención de Jean Pierre, y no es la única, pero Óscar no se detiene—. Te miré y supe que había algo especial en ti. Y quise más de la vida. Ya no me bastaba solo con una gran cocina, en un gran restaurante, en la gran ciudad de París. Ahora quería algo más y, en nuestra primera cita, al mirarte, lo supe. Era la luz… Es la luz que desprendes, Emma. Iluminas mis días; mi vida. Eres todo lo que quiero y necesito para ser feliz. Je t’aime, lumière de ma vie.
Le coloca la alianza mientras prácticamente todos los invitados lloran y Emma lo mira con una sonrisa tan radiante como el sol. Me río un poco, esta chica es jodidamente especial.
—Durante toda mi vida he sido un bicho raro, sobre todo de niña, igual que tú. —Óscar, lejos de ofenderse, se ríe—. No es fácil hacer amigos cuando te dedicas a contar nubes, o charcos, o tomas tus decisiones más importantes deshojando margaritas. Hubo un tiempo en que pensé que, si no cambiaba, acabaría sola, pero la idea de comportarme de un modo diferente me daba miedo, porque sería aprender un papel que no podría interpretar siempre. ¿Cómo iba a pasar por un paso de peatones pisando indiscriminadamente solo para complacer a alguien? Me parecía un error gravísimo. Y entonces llegaste, aceptando todas mis excentricidades, regalándome caramelos caseros y colocando en el restaurante las flores que te compraba para que todo el mundo las viera, en vez de ocultarlas o avergonzarte. Robaste las luces de una palmera para ponerlas a mis pies y ahí lo supe, Óscar; eres el hombre de mi vida. Prometo quererte tanto como mi corazón pueda soportar durante toda mi vida. Prometo adorar todo lo que hagamos juntos, ya sea viajar, trabajar, adoptar un perro o tener un hijo. Y, sobre todo, prometo iluminar tu vida, aunque sea robando luces, siempre que pienses que la oscuridad está a punto de atraparte. Je t’aime, mon soleil.
Le coloca la alianza a mi amigo, que está tan embobado con ella que no ve a nadie más. El oficiante anuncia que ya pueden besarse y ellos cuatro no lo piensan. La familia estalla en aplausos, Emily sigue llorando y yo… yo es que no puedo dejar de mirarla y pensar en los votos de Vic, Adam, Óscar y Emma. Creo que las palabras de los cuatro van a resonarme durante mucho tiempo en la cabeza, sobre todo ahora que sé lo que se siente al estar con la persona con la que quieres pasar el resto de tu vida.
Los novios avisan que van a hacerse algunas fotos en los jardines, antes de que el frío apriete y tengan que volver dentro, así que, cuando Emily me habla de dar un paseo, no me lo pienso. Cojo nuestros abrigos, salimos y nos dirigimos hacia la playa, que en pleno diciembre está prácticamente desierta.
Pienso, de manera inevitable, en todo lo ocurrido en apenas unos meses, y juro que la sensación que tengo es que, en realidad, han pasado años desde que Emily fue a vivir a Los Ángeles. Creo que es por la intensidad de todo lo vivido desde entonces. Ahora, por fortuna, nuestra vida ha adoptado un aire rutinario que me encanta. A Emily le va mucho mejor en el campus. No es que tenga un montón de amigos, pero sí que mantiene una relación cordial con todos sus compañeros, incluida Brittany, que ahora es la amabilidad hecha persona con ella, según me cuenta. Algunas tardes sigue trabajando con Vic y Daniela y, el resto del tiempo, lo pasa en casa, estudiando y valorando opciones de trabajo para el futuro. Le he dicho que debería hablar con mi abuelo y que él la aconseje, como hizo conmigo. Estoy seguro de que el día de mañana, cuando acabe el máster, podría trabajar en el mismo hospital que yo. Ella también lo piensa y, de hecho, alguna que otra vez bromeamos con la posibilidad de ir y volver juntos al hospital y así tener el mismo tiempo libre, pero juntos.
Nos vemos poco, la verdad. Lo tomamos con buen humor, pero es cierto que mis turnos siguen siendo eternos y, cuando llego a casa, muchas veces ella ya ha cenado o está a punto de hacerlo. Por no hablar de las guardias. Pero, con todo, llegar y verla en el sofá, la cocina, nuestra cama… Hay algo inexplicable en la sensación de sentir que habrá alguien esperando por mí. Poder abrazarla cada noche es un regalo. Poder hacerle el amor es un jodido privilegio.
—Estás muy callado —murmura en un momento dado.
Hemos llegado hasta la arena, donde nos hemos descalzado. Está húmeda y el ambiente es frío, pero hay tanta calma e intimidad que no tengo prisa por volver.
—Pensaba en nuestra vida.
—Oh. ¿Pensamientos buenos?
—Pensamientos muy buenos —admito sonriendo—. En realidad, pensaba en lo mucho que me gusta llegar de trabajar y que estés esperándome desnuda en la cama.
—Solo fue una vez y me quedé dormida de tanto esperar. Me encontraste roncando con la boca abierta. No es que fuera muy sexy —comenta riéndose.
—Estabas roncando, con la boca abierta, pero desnuda. Y jodidamente sexy.
—No creo que…
—Sé bien lo que me la pone dura, Corleone. Deja de retarme.
Su risa se intensifica y asiente con la cabeza, levemente ruborizada.
—Vale, está bien. —Suspira y mira al mar, que hoy está embravecido—. Han sido unos votos preciosos.
—Lo han sido. Creo que van a ser muy felices.
—Yo también.
Nos quedamos en silencio y entonces el pensamiento que llevo desechando todo el día me asalta. Trago saliva y miro alrededor. La niebla está tan baja que cuesta ver el mar más allá de la orilla, pero es bonito. Como si la naturaleza intentara dar intimidad a lo que ocurre aquí, en la arena. A nuestros lados, las palmeras se mecen con el viento y subo las solapas del abrigo de Emily de manera automática. Su sonrisa por respuesta hace que me muerda el labio y la acerque a mí para besarla.
—Iba a ser de otro modo.
—¿Qué? —pregunta confundida.
—Iba a hacerlo de otro modo, como me aconsejaron mis hermanos, pero creo que al final me quedaré con el consejo de Óscar. No por nada es mi mejor amigo.
—No entiendo una sola palabra de lo que dices.
—Ellos querían algo grandioso. Público. Dando la nota al máximo.
—Oliver, ¿qué…?
—Fue Óscar quien me dijo que no. Que eso no iba con nosotros para nada. No iba conmigo, por descontado, que gano confianza en la intimidad, ni contigo, que morirías de vergüenza.
—Te has vuelto loco —murmura sin entender ni una palabra.
Me río, besándola una vez más y me separo un paso.
—En realidad, nunca he estado más cuerdo. —Meto una mano en mi bolsillo y saco la cajita que compré hace ya días. La exclamación que ahoga Emily deja claro que sabe lo que es—. Pensé que lo mejor era llevarte a dar un paseo y clavar la rodilla, como se ha hecho toda la vida, pero esta arena está supermojada y, además, no sé si va a ser lo suficientemente romántico. Es un poco arcaico, ¿no? Eso de que el hombre se ponga de rodillas y…
—Oliver… Ay, Dios.
—Así que al final dije: mira, métetelo en el bolsillo y ya lo decidirás. Pero lo cierto es que estamos aquí, a solas, y no consigo dar con el modo perfecto de hacerlo.
—¿Vas a pedirme…? —La miro, con los ojos como platos—. ¿Vas a pedirme matrimonio?
—Sí, pero solo cuando encuentre el modo perfecto de hacerlo. —Giro la caja entre mis dedos y suspiro—. Esto es más difícil que operar a vida o muerte, te lo juro. —Ella me mira impactada y me retracto de inmediato—. No lo digo porque no me apetezca, cariño. Dios, estoy deseando pedírtelo y que digas que sí. Pero es que estoy nervioso, y ya sabes cuánto odio estar nervioso. Quiero que digas que sí, sin ningún tipo de dudas, pero tampoco quiero presionar más por si…
—Oliver, por el amor de Dios, pídemelo de una vez.
Me detengo por su tono y me doy cuenta de que he estado hablando sin parar, al estilo de Emma, mientras ella espera que lo haga. Me río, porque es absurdo que esté tan nervioso, pero asiento, doblo la rodilla y, cuando estoy a punto de llegar al suelo, ella me detiene.
—De pie. Mucho mejor de pie —susurra.
—¿Tú crees?
—Voy a querer besarte en cuanto lo hagas y no quiero que acabemos los dos en la arena.
Me río. Dios, está siendo la pedida más atípica de la historia, pero es que voy a pedirle que se case conmigo a la hija de Julieta León y Diego Corleone. Supongo que estaba claro que lo nuestro nunca sería la normalidad. Abro la caja, se la muestro y espero su reacción.
Emily se muerde el labio inferior y se emociona tanto que tiene que parpadear.
—¿De dónde lo has sacado?
Observo el anillo de plástico con el enorme caramelo en forma de diamante encima y sonrío, orgulloso de mí mismo.
—Le dije a tu hermana que me acompañara a comprar el mejor anillo de pedida del mundo y ella accedió encantada. Creo que recorrimos todas las joyerías de la maldita ciudad buscando el anillo perfecto. En algún punto Daniela, Ethan y Adam se enteraron y se sumaron, así que me vi rodeado de nuestros hermanos, cada uno opinando de una forma y discutiendo entre sí el mejor modo de pedírtelo. Me arrepentí un millón de veces de haberlos avisado, pero entonces, en un momento dado, Vic se echó a reír, hablando de cómo soñabas de niña con casarte. Y entonces lo recordé. En verano te ponías uno de estos en el dedo y te paseabas por todo el camping comiéndote el caramelo y enseñándole tu preciado tesoro a todo el que te preguntara. El modo en que te reías y decías que algún día alguien te pediría matrimonio con una caja de anillos de caramelo siempre me hacía sonreír. —Emily se emociona—. Tengo en la habitación veinticuatro más como este, por si tienes dudas. También tengo un diamante de verdad en la maleta, pero pensé que…
—Oli —susurra con la voz rota—. Pregúntamelo ya.
Sonrío, orgulloso del modo en que la impaciencia la invade, porque creo que eso es buena señal. Saco el anillo de caramelo de la caja, lo alzo frente a nosotros, como si estuviera cargado de diamantes, y hablo de una vez por todas.
—Emily Corleone León, ¿quieres hacerme el honor de ser mi esposa? Si dices que sí, prometo organizar contigo la mejor boda del mundo. Y también prometo prohibir a todos nuestros invitados que vistan de color salmón. —Ella se ríe, pero las lágrimas empiezan a caer por sus mejillas—. Cuando te miro, todo lo que puedo pensar es que una sola vida no me alcanza para disfrutar de ti, por eso quiero pasarla comprometiéndome al máximo con esto. Contigo. Quiero demostrarte de todas las maneras que existan que eres lo mejor que me ha pasado nunca, pequeña.
Su sonrisa se ensancha tanto como mi corazón, porque, aunque sepa que me quiere, confieso que los nervios me comían cada vez que pensaba en este momento.
—Sí, Oliver. Quiero casarme contigo. Quiero… —Su voz se rompe y niega con la cabeza—. Te quiero a ti. Te quiero tanto que algunos días me pregunto cómo es posible, pero entonces llega la noche y, con el amanecer, descubro que aún te quiero más.
Lo que siento al oírla decir esas cosas… no hay palabras. De verdad, ni aunque lo intentase las encontraría. Es demasiado intenso. Demasiado mágico. Coloco el anillo de plástico en el dedo de Emily, que se ríe y se alza de puntillas, buscando mi boca. La beso y pienso en todo lo que está por venir. En los hijos, si llegan, en las ofertas laborales y en pasar una vida entera juntos. No me engaño, sé que no siempre será fácil, pero estando a su lado, hasta las guerras se luchan con ganas.
—Tú y yo, pequeña —susurro sobre sus labios.
—Aunque arda el mundo —añade ella sobre mi boca.
Y creo que, con esa única frase, resumimos bastante bien nuestra historia.
Ahora, que venga el futuro, que vamos a esperarlo justo así: entre besos, abrazos y la certeza de estar, por fin, en el lugar indicado, en el momento indicado.
¿Hay algo mejor?
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Y el martes… despedida de Sin Mar. Toda la info en mi Instagram 🙂