A menudo me siento orgulloso de contar en mi haber con la capacidad de ser racional y sensato. La mayoría de los días puedo decir con la boca llena que actúo en base a lo que es mejor para cada situación. Pragmático. Tranquilo. No demasiado impulsivo. Sin embargo, aquí estoy, pidiéndole a Emily que se venga a vivir conmigo. Y lo peor, sin duda, no es eso, sino que, de alguna enrevesada manera, en mi cabeza tiene toda la lógica del mundo. De hecho, tiene tanta lógica que estoy seguro de que, si no piensa como yo, me ofenderé un poco. Tengo razón en esto. Puede que Emily no lo vea porque está nerviosa por toda la situación, pero tengo razón. No está siendo feliz, y el pensamiento me tiene tan agobiado que apenas consigo quitármelo de la cabeza. No debería, lo sé, porque a fin de cuentas Emily no es responsabilidad mía, pero es que… es que quiero que sea feliz. De verdad quiero que disfrute esta experiencia y me parecería una pena que no lo haga solo porque no consigue encontrar el equilibrio y no comprende que lo que mi familia hace lo hace por eso, porque somos familia, y no por caridad. Ella no va a exigirle a mis padres nada. Ni siquiera un bollo de chocolate, si se le antoja. Conmigo, en cambio, nunca ha tenido problemas para expresarse. Me ve como a un igual y no como a una especie de padre, como puede ver a los míos. Probablemente tendría la libertad de hacer la lista de la compra y no dudaría a la hora de añadir lo que quisiera, ni se preguntaría si debería poner la tele en el salón por si me molesta. Estoy seguro de que a Emily le resbala bastante molestarme en ese sentido. Por eso y por otras muchas razones, tiene que venir conmigo, pero tampoco quiero obligarla o que acabe pensando que molesta en casa de mis padres y esto es un complot para sacarla de allí.
Dios, esto se está complicando tanto que no sé si roza lo absurdo o lo divino.
—¿Y bien? —pregunto mientras ella no deja de mordisquearse el labio inferior.
Y qué labio inferior, joder.
Un momento. ¿Qué…?
—No sé cómo podría decirles a tus padres que no quiero su hospitalidad. Han sido demasiado buenos conmigo.
—Pues es tan fácil como decirles que necesitas calma para estudiar y en casa, con Ethan y Daniela, además de Adam y tu hermana, no la encuentras.
—No quiero decir eso. La casa es enorme y los chicos nunca me molestan. ¡Y mi hermana menos!
—Vas a necesitar concentración y silencio para relajarte.
—La casa de tus padres es enorme.
—Y siempre hay gente.
—Pero es enorme.
Contengo la respiración y cuento hasta diez en silencio. No puedo perder la calma. Está nerviosa, así que será mejor que me ande con pies de plomo.
—Tú decides, Emily. Yo no te obligo a nada. Solo te doy una opción que creo que podría venirte bien, pero no estoy en tu cabeza y eres tú quien tiene que decidir. No puedo convencerte para que te arrepientas al cabo de un par de días.
Ella sonríe con dulzura. Con esa dulzura que tan poca gente tiene. A menudo he pensado que es la sonrisa de Amelia. De hecho, a menudo, cuando pienso en Emily, pienso en lo increíble que es que tenga rasgos tan marcados y, a la vez, tan parecidos a su familia, y no solo a sus padres. Tiene la sonrisa de Amelia, la tozudez de su madre y la honestidad de su padre. Pero, además, adora la música tanto como Marco y el mismo tipo que suele oír Álex, y si tiene el día malo es capaz de envararse tanto como Esme. Es un combo jodidamente perfecto de las personas que componen su vida. Ya sea por genética o costumbre, es alucinante.
—De momento, decido ir a comer esa hamburguesa que me prometiste.
Elevo las cejas y sonrío de medio lado.
—¿Qué ha sido de la pizza?
—Dios, no. ¿Por qué iba a querer comer pan con cosas?
Suelto una carcajada, arranco de nuevo y emprendo la marcha hacia una de las mejores hamburgueserías de Los Ángeles. En mi opinión, la mejor de todas. Llegamos a Santa Mónica y aparco mientras ella me cuenta cómo le ha ido con las clases.
—Deduzco que te gusta, ¿no? —pregunto al verla parlotear sin cesar sobre lo aprendido en estos pocos días.
—Es increíble, Oliver, en serio. Y lo sería más si Brittany y su séquito no existieran.
Lo dice riéndose, pero soy capaz de ver el haz de dolor que hay en sus palabras. Decido no decir nada al respecto, porque, además, el tema que me interesa es otro. Mientras caminamos hacia la hamburguesería, lo saco como quien no quiere la cosa.
—Entonces… ¿qué hay de los chicos?
En mi cabeza sonaba mucho más disimulado. Lo admito. Aun así, ya está hecho y no pienso dar un paso atrás. Esto lo hago como lo haría Adam, o Ethan. Es mi responsabilidad cuidar de Emily y procurar que no vaya con imbéciles que solo podrían hacerla sufrir. Es una cuestión práctica, sobre todo.
—¿Qué hay con ellos? —pregunta mientras abro la puerta de la hamburguesería.
Interrumpo la conversación mientras pedimos la comida y elegimos mesa. Me río cuando Emily pide un batido de chocolate con su hamburguesa. Yo me decanto por agua, pero es que yo no soy tan goloso como ella. Ni como la mayoría de los miembros de nuestras familias, ya que estamos. Nos sentamos, doy un sorbo a mi botellín y me doy cuenta entonces de que me está mirando con una ceja elevada.
—¿Pasa algo?
—No has respondido. ¿Qué hay con ellos?
—Nada, simplemente me preguntaba cómo es eso de que te han pedido salir.
—Bueno, generalmente es una acción que consiste en que un chico se acerca a una chica y…
—Sé en qué consiste, Emily. —Ella se ríe y pongo los ojos en blanco—. ¿Hay alguno que merezca la pena?
Lo pregunto como quien no quiere la cosa. Como si, en realidad, no me importara, pero lo cierto es que su respuesta, o más bien su falta de ella, por el momento, está levantando unas sensaciones extrañas en mi interior. Cojo mi hamburguesa y doy un bocado enorme. Tiene que ser hambre.
—En realidad, solo se acercan a mí porque soy la nueva, supongo. Muchos de ellos ya se conocen y son amigos. Creo que he sido la novedad para algunos.
—¿La novedad? ¿El juguete nuevo?
La ira pinta sus ojos mucho antes de que pueda explicarme.
—No soy el juguete de nadie, y tampoco sé lo que piensan los chicos universitarios de aquí, más allá de lo que he visto en películas. Siempre di por hecho que exageraban la realidad.
—No te creas… —murmuro.
—Oh, cierto. Se me olvidaba que fuiste universitario en una de las más prestigiosas de Estados Unidos. —Bufo un poco y eleva una ceja—. ¿Qué?
—Lo haces sonar pretencioso.
—Estudiar medicina en Harvard otorga cierto aire pretencioso, aunque no quieras, Oliver.
—No pienso pedir perdón por haber tenido el privilegio de estudiar en la mejor universidad del mundo.
—Según tu criterio. Yo soy más de Yale.
—No, tú eres más de tocarme los… —Su risa me interrumpe y hace que acabe sonriendo y negando con la cabeza—. Eres veneno puro, Corleone.
—Uy, no has visto nada, cielo.
—En realidad, he visto mucho. Te recuerdo que te he visto hacer pis en el orinal y comer arena de la playa. —Su nariz se arruga y me río—. Por cierto, buena forma de desviar el tema de lo realmente importante.
—¿Qué tema? —pregunta con cara angelical.
Vuelvo a reírme, le robo una patata y la señalo con ella.
—Simplemente ten cuidado, ¿vale? No quiero que te hagan daño.
Ella se encoge de hombros y suspira mientras da un sorbo a su batido.
—Puedes estar tranquilo. Mi prioridad es el máster. No tengo intención de salir con nadie en este año y medio. Y, en cualquier caso, no lo haré con ningún cretino al que pueda ver las intenciones a varios kilómetros, como ha sido el caso de estos chicos.
Aprieto los dientes. ¿Intenciones? ¿Qué intenciones? No digo nada, sé que se cerrará en banda si lo hago, pero el pensamiento de ir a recogerla cada día cruza mi mente. Absurdo, si tenemos en cuenta que paso más horas en el hospital que en mi casa y que ella podría mandarme al infierno si siente que la vigilo. Con toda la razón, además.
Comemos hablando de las novedades familiares y el susto que se llevó su hermano Edu la otra noche, cuando despertó y se encontró con un gato negro de ojos verdes mirándolo sobre su pecho. Asegura que fue Eyra quien lo metió en su habitación, pero eso es imposible. Esa niña es un ángel.
—Oye, ¿has hablado con Val estos días? —pregunto en un momento dado.
—No, ¿por?
—Óscar está preocupado por ella. Eso de no seguir estudiando…
Emily suspira y mordisquea una patata antes de hablar.
—¿Puedo serte sincera?
—Claro.
—No creo que sea tan dramático que no quiera ir a la universidad. No es malo. No se acaba el mundo si no estudias una carrera. Quiero decir, ¿de qué serviría que fuera, si realmente no le apetece hacer nada? Me parece muy valiente que acepte que no tiene el mínimo interés en estudiar una carrera y no piensa perder tiempo y dinero en ello.
—¿Pero…? —Sé que hay un pero, lo veo en sus ojos.
—Pero no estoy segura de que sea lo que realmente necesita. No sé lo que quiere Valentina, pero sé que no quiere estar en casa pegada a sus padres todo el día. Eso lo hace el miedo.
—¿Miedo? —Apenas acabo la pregunta, lo entiendo todo.
Su padre, Álex, tuvo un infarto. A raíz de ahí, tanto Óscar, mi mejor amigo, como ella, han tenido comportamientos un tanto extraños. Sí que noté en el camping este verano que, cuando antes no dejaba de salir de fiesta, ahora dividía su tiempo entre salir y estar con sus padres. No pensé que fuera algo reseñable, pero negarse a ir a la universidad para estar en casa con ellos…
—No es sano.
—No, no lo es. Me consta que mis tíos están preocupados, pero ella está cerrada en banda. No quiere ni oír hablar de viajar o estudiar. Está trabajando por horas en la tienda de mi madre, pero hasta ella dice que está tensa. Despistada. Irreconocible. Deseando irse a casa todo el tiempo. Es como si pensara que, cuanto más mire fijamente a su padre, menos probabilidades hay de que vuelva a tener otro infarto. —Frunce los labios y la tristeza inunda sus ojos de un modo que me contagia—. Solo espero que mi familia vuelva a la normalidad poco a poco. Es increíble como un infarto nos ha cambiado a todos.
—Bueno, no ha sido un infarto cualquiera. Ha sido un infarto de Alejandro León. Eso explica muchas cosas.
Su sonrisa es todo lo que necesito para estirar la mano sobre la mesa y acariciar sus dedos sin mayor intención que reconfortarla.
—Me voy a ir contigo —suelta de pronto. Mis dedos se paralizan sobre los suyos, pero sus ojos no abandonan los míos—. Me voy a vivir contigo, Oliver.
Intento hacer caso omiso del caos que se desata en mi interior. Lo intento, pero no funciona del todo. Por fortuna, soy bueno aparentando calma, aunque no la sienta.
—¿Qué te ha hecho decidirte?
Emily tarda un poco en contestar, por eso sé que, cuando hable, lo hará con certeza y que esta decisión no es solo un impulso.
—Mi familia ha pasado por esfuermuchos sustos últimamente. Lo de Vic, lo de Óscar y Emma, lo de mi tío Álex. Mis padres me han dado parte de sus ahorros convencidos de que lo hacían porque esto me hace feliz. Tenías razón. Viviendo con tus padres me siento tan en deuda que soy incapaz de ser yo misma. Si voy a estar un año y medio aquí, quiero que sea un año y medio cómodo para mí y los que me rodean. Y si tengo que joder a alguien con mis manías en la convivencia, prefiero que seas tú, a ellos.
Me río. En efecto, hay pocas cosas que escapen a la lógica aplastante de Emily. No es la razón más bonita del mundo para decidir vivir con alguien, pero es tan real que no puedo reprocharle nada.
—Oh, mierda.
—¿Qué? —pregunta con los ojos de par en par—. ¿Ya estás arrepentido?
—No. No es eso. Es que acabo de darme cuenta de que tengo que volver a descolgar el televisor de tu cuarto para llevarlo a casa.
Emily ríe de buena gana, se encoge de hombros y alega que será bueno para mantener en forma mi lado manitas. Bufo, nos acabamos la comida y salimos dispuestos a ir a casa de mis padres y explicar la nueva situación.
No es sencillo. Vic está de morros porque esta tarde Emily iba a ir a conocer la oficina y se lo ha saltado por estar conmigo. Me gustaría decir que me siento culpable, pero lo cierto es que no tengo ni una pizca de remordimiento. Ya irá otro día. Cuando damos la noticia a todos, se muestran sorprendentemente tranquilos. Demasiado coherentes, diría yo. Demasiado, porque en mi familia lo normal es reaccionar desmesuradamente a todo, y esto es una noticia importante.
—¿Me habéis oído? —pregunto a todos—. Emily se viene a vivir conmigo.
—Perfectamente, cielo —dice mi madre—. ¿Os quedáis a cenar, u os marcháis ya?
Abro la boca para decir algo, pero me encuentro con que no me salen las palabras. Miro a Emily, que está tan sorprendida como yo.
—¿No os molesta? ¿No sentís que os tiro a la cara vuestro ofrecimiento de vivir aquí y…?
—No nos tiras nada a la cara. —Mi padre da un sorbo a su taza de café y sonríe a Emily con cariño—. Seguro que tienes tus razones para irte con él. Desde luego, estudiarás mucho más tranquila, dado el número de horas que Junior pasa fuera. Tendrás la casa prácticamente para ti y aquí no gozas de tanta intimidad. Es normal, Emily, no hay problema. Sigues estando con la familia.
—Hombre, yo sí que tengo algo que decir, porque si te vas a vivir con Junior, ¿qué pasa con nosotras? —pregunta Vic.
—¿Qué pasa con nosotras?
—No podré verte a diario.
—Claro que sí. Iré a tu oficina, vendré aquí y vosotros iréis allí. Estamos a unos minutos en coche.
—Pero no es lo mismo. No puedo ir a buscarte en mitad de la noche, si quiero. No puedo contarte mis cosas justo cuando me surge. No puedo…
—Es tu hermana, no un perrito que tiene que esperarte en casa mientras tú haces tu vida, nena.
Vic mira a mi hermano Adam con tanta tensión que me remuevo, incómodo. Él, lejos de asustarse, sonríe ampliamente y la acerca hacia su pecho.
—Eres un imbécil.
—Tiene derecho a hacer su propia vida, igual que tú. Seguirá estando a unos minutos de ti.
—Pero…
—No es como si volviera a España, ¿verdad?
—Pero…
—Y sería muy egoísta pretender que ella vaya de la universidad a casa y esté aquí esperando a que tú tengas tiempo de dedicarle unos minutos. Tú tienes otros defectos, Victoria, pero no eres egoísta.
Vic mira a mi hermano con tal honestidad que me hace reflexionar, como siempre, en lo increíble que es el modo en que se quieren y complementan. Finalmente asiente y suspira antes de mirar a su hermana con una pequeña sonrisa.
—Si paso dos días sin verte, te voy a buscar solo para echarte una bronca tremenda.
—Me hago cargo —dice Emily riendo.
—Ah, y otra cosa.
—¿Sí?
—No se lo digas a papá… de momento.
—¿Por qué no?
—Hazme caso, hermanita. No se lo digas.
Emily parece no entenderlo bien, y la comprendo, porque estoy igual. No sé qué mal puede tener dar la noticia, pero teniendo en cuenta que están a miles de kilómetros de aquí, no supondrá un gran esfuerzo ocultar ese detalle, al menos por ahora.
—Un momento, ¿vas a quedarte con la otra habitación? —pregunta entonces Ethan.
—Sí, claro. Teniendo en cuenta que la casa tiene dos habitaciones, una será de él y otra para mí —contesta Emily risueña.
—Pues qué mierda, porque ahora yo no tengo habitación allí.
—El sofá es cama —le recuerdo—. Y, de cualquier modo, no estás invitado a dormir en mi casa. Duerme aquí o en los miles de hoteles que ya conoces de sobra.
—¿Y yo? —pregunta Daniela.
—Puedes dormir conmigo cuando te apetezca —sugiere Emily—. Y, si no, yo dormiré en el sofá cuando quieras quedarte.
—Que duerma ella en el sofá —le digo—. Ese es tu cuarto ahora. —Miro a mi hermana—. Puedes venir siempre que quieras y tienes mi cama y mi sofá disponible, pero la cama de Emily es suya.
—Que duerma ella contigo y así duermo yo en el suyo.
—Interesante… —murmura Vic.
Frunzo el ceño y suelto un bufido. ¿Nosotros durmiendo juntos? Menuda estupidez… ¿no? Carraspeo y me incorporo en la silla un poco, atrayendo la atención de Emily.
—¿Te vienes conmigo hoy o ya mañana?
—Se va hoy. La ayudo con la maleta.
—Vic, no puedes decidir cuándo me voy —interviene Emily—. Solo Oliver y Daniela pueden.
Mis padres dejan claro que a ellos no les importa cuándo lo haga. Como si no lo hace. Y Emily sonríe con tanto agradecimiento que sé que esto también le ha servido para coger confianza. Ahora que no siente que está en deuda constante con ellos, podrá volver a tratarlos como lo que son: sus tíos, aunque no lleven su sangre.
—Te vas hoy, venga, vamos a hacer la maleta —repite Vic.
—Sí, yo también opino lo mismo. Vamos, Em, hora de ponerse a trabajar.
Arrastran a Emily hasta la que ha sido su habitación hasta ahora mientras mis padres se miran entre ellos y se ríen. Salen de la cocina y me dejan con Ethan y Adam, que me miran de un modo extraño.
—Muy bien, ¿qué está pasando aquí?
Ethan eleva las cejas, mira a Adam y se echan a reír. Pero ¿qué…?
—Tiene gracia —dice Adam—, porque por aquí nos estamos preguntando exactamente lo mismo. ¿Qué está pasando aquí, hermanito?
🍒
No me odiéis, que mirad qué montajito tan chuli. Con fotitos y cositas 😂
¡Os espero en Instagram para comentar capi!
Os ailoviu, cerecitas mías.