La vuelta al trabajo es un auténtico caos. No diré que es como si el hospital no hubiera seguido sin mí. Es absurdo. El hospital tiene su propio ritmo y no se rige por los médicos que trabajamos en él. La salud de la gente no tiene esperas. No puedes detener una operación porque el cirujano está de vacaciones.
A veces pienso que estar en el hospital es ser testigo de primera mano del significado de la vida. Las personas llegan en su peor momento, porque no hay nada peor que perder la salud, y nosotros ponemos todo lo que está en nuestras manos para intentar arreglarlo. A veces podemos. Otras, nos toca enfrentamos al hecho de que no somos Dioses, ni tenemos poderes mágicos. Solo somos médicos intentando hacerlo lo mejor posible en una partida contrarreloj, en la mayoría de los casos.
El ritmo del turno es frenético, pero creo que, en mi deseo de soltar un poco de la intensidad familiar, olvidé que mi día a día también está lleno de intensidad, aunque sea de otro tipo. El primer día me paso horas en el quirófano, apenas tengo tiempo de comer y, cuando salgo, después de doce horas, estoy tan cansado que llego a casa y no abro ni una sola caja de todas las que me quedan por colocar. Me doy una ducha, me tiro en el sofá y entonces recuerdo que prometí a Emily llevar un televisor a su cuarto. Llevamos tres días en Los Ángeles, así que no puedo postergarlo más. Cojo la que tengo en mi dormitorio, porque de todas formas suelo llegar a casa tan cansado que, cuando me tumbo en la cama, no enciendo ni la tele. Si quiero verla, me tumbo en el sofá y miro la del salón.
La meto dentro del coche, no sin esfuerzo. Este coche es de línea deportiva y no está pensado para familias ni transportar muchas cosas a la vez. De lo primero me di cuenta cuando mis hermanos quisieron entrar a la vez para dar un paseo. De lo segundo, en la mudanza, cuando tuve que coger el de mi madre.
Aun así, consigo encajarla, conduzco hasta casa y aparco justo detrás del coche de mi hermana Daniela. Imagino que ella también ha acabado su jornada laboral ya y lo confirmo cuando entro, cargado con el televisor, y la encuentro entrenando con Ethan en el jardín, junto a la piscina.
—¡Ey, Junior! ¡Mira esto!
Mi hermana se agacha y coge las pesas que han dispuesto para entrenar. Es bastante peso, pero después de resoplar un par de veces las alza como una campeona. Debería sorprenderme que, pese a su complexión, pueda con tanto, pero tratándose de Daniela, pocas cosas me sorprenden ya.
—Estás a tope, ¿eh?
—Qué remedio. Se acabaron las vacaciones y Eth y yo estamos en plan desintoxicación. ¿Quieres un batido? —Señala una botella verde—. Lleva espinacas, lima y pepino.
—No, gracias.
—Es un exquisito de la vida. —Ethan chasquea la lengua antes de ponerse a hacer flexiones—. ¡Como él no se guarrea tanto en vacaciones ahora nos lo restriega!
—¿Quién está restregando nada? —pregunto—. Simplemente he dicho que no me apetece beber batido de verduras.
—No todo son verduras —insiste Daniela—. Lleva lima. Casi no se nota la verdura.
—Lo que tú digas.
—Y, de todos modos, deberías comer verduras. Eres médico, Junior, esa es la primera lección.
—Daniela, como verduras cada día, pero no quiero tomarlas crudas en un batido, ¿vale?
—Ya se ha enfadado. ¿Te lo puedes creer? —le dice a Ethan—. Yo tengo que quitarme cuatro kilos de más, mi novio me ha puesto los cuernos, estoy aquí reventando con las jodidas pesas y el que se enfada es él.
—Increíble —masculla Ethan.
Elevaría las manos al cielo, pero sigo cargado con la tele, así que los dejo por imposibles. Ya sabía que esto pasaría. Es lo mismo cada puñetero año después de vacaciones. Se desfasan tanto que luego se pasan semanas intentando recuperar el ritmo de entrenamientos, comida sana y, en definitiva, vida saludable. Se vuelven tan irritables que es prácticamente imposible mantener una conversación con ellos sin que los instintos asesinos hagan acto de presencia.
Entro en casa, saludo a mi madre, que está en el sofá con un libro, y a mi padre, que está en el piano ensayando una pieza.
—Traigo la tele para Emily, ¿está en su cuarto?
—Sí, hijo. ¿Necesitas el destornillador? —pregunta mi padre.
—No te preocupes, llevo uno en el bolsillo.
Recorro los pocos metros de distancia que hay hasta el que era mi dormitorio. Agradezco que la puerta esté entreabierta, porque eso me evita tener que soltar la tele en el suelo para tocar y abrirla. La empujo con mi cuerpo y entro de espaldas.
—¡Buenas tardes! Vengo a cumplir una promesa.
Me giro y me encuentro de frente con una Emily totalmente sorprendida. Está sentada en el centro de la cama con las piernas cruzadas y el portátil sobre ellas. Me mira con la boca abierta pero no es eso en lo que me fijo, sino en la vieja camiseta con las iniciales de la que fue mi universidad que lleva puesta. Elevo las cejas de inmediato. Le está enorme, casi de vestido, pero… Bueno, es… curioso. Solo… curioso.
—Te queda mucho mejor que a mí —admito entre susurros.
Ella bufa con una risa que pretende ser sarcástica, pero sé que está un poco avergonzada.
—La encontré en el armario y es muy cómoda. Pensé que no vendrías hasta el finde y… Bueno, si quieres te la doy.
—¿Ahora? —pregunto sonriendo.
—Si la quieres… —Pierdo la sonrisa y entonces es ella quien la esboza—. Me la quitaré en el baño, por supuesto.
—Por supuesto… —musito un tanto desconcertado.
¿Por qué he pensado que ella…?
Estoy agotado. Es eso. Tiene que ser el cansancio. Despejo mi mente con un suave movimiento de cabeza y apoyo la tele en el suelo.
—Quédatela. Yo ya no la uso y a ti te queda de muerte. —Eleva una ceja y me río—. Ya me entiendes… En fin, ¿cuelgo la tele?
—Creo recordar que te dije que no necesitaba una tele.
—Y yo creo recordar que te dije que traería una.
—Oh, claro, porque tú siempre tienes que hacer lo que te dé la gana, ¿no?
—Solo cuando tengo razón. Vas a vivir aquí un año y medio, te encanta engancharte a cualquier mierda de cualquier plataforma digital y la pantalla de tu portátil es enana. A mí me sobra una tele y a ti te falta una. ¿Qué problema hay?
Ella sonríe con sinceridad y me sorprende de nuevo darme cuenta de hasta qué punto los gestos de Emily pueden diferenciarse de los de Vic. Es una sonrisa distinta, aunque en apariencia no puedan parecerlo. En Emily todo es más… suave. Menos brusco. Más… no sé. Distinto.
—Está bien, cuelga la maldita tele.
—Me encanta cuando te tomas las cosas con esa dulzura… —murmuro haciéndola reír—. En fin, ¿dónde anda tu gemela? ¿Ya te ha abandonado a tu suerte?
Su risa se oye a mi espalda, mientras compruebo que el soporte siga en buen estado para colgar el televisor.
—En realidad, ha estado conmigo hasta hace nada. Se acaba de ir para prepararle una cena sorpresa a Adam.
—No te ofendas, pero tu hermana cocina como el culo.
—No te ofendas, pero tu hermano cocina peor. Y se come todo lo que cocina Vic de muy buen grado.
—Porque se infla a comer en el estudio. Toda la familia lo sabe. Hasta Vic lo sabe.
—Sí, sí que lo sabe. —Se ríe—. Me lo ha dicho, pero le parece divertido jugar a las casitas. ¿Qué vamos a hacer? El amor la ha vuelto un tanto rara.
—Cielo, adoro a tu hermana, pero ya era rara de serie. —Se ríe y suspiro—. Tampoco es como si supusiera una tortura. Sé por Ethan que Adam saca bastante rendimiento de estas situaciones. Cuanto peor está la comida, mejor es la recompensa. —Frunzo el ceño y suspiro—. En serio, ojalá no lo supiera, pero lo sé.
La risa de Emily llega desde mi espalda, pero mucho más cerca que antes. Miro sobre mi hombro y la veo a pocos centímetros de mí mordiéndose el labio.
—¿Tienes que hacer un máster para poner un anclaje que funcionaba hace solo unos días?
—Estás muy graciosa hoy, ¿lo sabías?
—Es una gran virtud heredada de familia, ya lo sabes. —Bufo y se ríe—. Y, además, no quiero hablar de la vida sexual de mi hermana gemela.
—En eso estamos totalmente de acuerdo. Está bien, la cuelgo y me voy. No tardaré mucho. Estoy deseando meterme en la cama.
—Podrías haberla traído el finde.
—Sí, podría.
—¿Y por qué la has traído hoy?
Inspiro con fuerza, me giro y la miro, intentando no perder la paciencia.
—¿Estás nerviosa?
—¿Qué? ¿Por qué dices eso?
—Te pones muy repetitiva cuando estás nerviosa.
—No es verdad.
—Lo es.
—¿Por qué iba a estar nerviosa?
La miro atentamente. Sí, está nerviosa. Intento no sonreír, porque no quiero que lo tome a mal, pero creo tener una idea bastante aproximada de los motivos.
—Veamos —digo apoyándome en la pared y enseñándole los dedos de mi mano para ir enumerando—. Vas a empezar en una universidad nueva, en un idioma que no es el tuyo, aunque lo domines a la perfección, y con gente que no conoces. Tienes remordimientos porque tus padres te han prestado parte de sus ahorros. No sabes si vas a poder vivir tanto tiempo lejos de tu familia y… —Cuando sus ojos se desvían, un tanto emocionados, me despego de la pared y me acerco a ella, sujetando sus hombros—. Eh…
—Lo siento. —Carraspea—. Lo siento, tienes razón. Soy un saco de nervios ahora mismo.
—Es lo normal, Emily. —Ella me mira y yo aprieto sus hombros—. Los cambios asustan. Alejarte de tus seres queridos es difícil, aunque Vic esté aquí. Aunque a nosotros nos consideres también familia. Nada sustituye a unos padres y tú estás muy unida a los tuyos. —Sus lágrimas hacen amago de aparecer y la estrecho contra mi pecho—. Irá a mejor.
—Lo sé, eso dice Vic, pero siento que no puedo dejar de lloriquear y que… a lo mejor esto no ha sido buena idea.
—Ha sido una gran idea. Independientemente de que aquí esté Vic, vas a labrarte un gran futuro.
—Pero mi vida…
—Tu vida no es una decisión, Emily. Tu vida es mucho más que este momento. Esto solo es eso: un momento.
—Un momento de casi dos años.
—Sí, pero ya estás aquí, viviéndolo, y lo mejor que puedes hacer es disfrutarlo dentro de lo posible. No te digo que no llores o no estés triste, porque tienes todo el derecho, pero eres psicóloga, Emily, sabes tan bien como yo que recrearte en pensamientos pesimistas no te ayudará. Respira, piensa con calma y prueba. Si dentro de un mes decides que esto no es para ti, vuelve a España, pero date el tiempo de decidirlo.
Emily me mira como si acabara de darse cuenta de que mis palabras son ciertas. No digo que sea fácil, seguramente no lo será y tendrá momentos de bajón, pero creo de verdad que no debería dejar que la nostalgia gane a todo lo bueno que tiene aquí.
—Eres un hombre muy sabio, Oliver.
—Lo soy.
Se ríe y se aleja de mí, sentándose en la cama y señalando el portátil.
—Voy a dejarte colgar la tele mientras me organizo un poco. Ya está bien de lloriquear.
—No me molesta hablar contigo —aclaro.
—Lo sé, pero es que de verdad pienso que ya está bien de recrearme en la autocompasión. Mejor voy a hacerlo en el prota de esta peli.
Me río, la miro cruzarse de piernas y sostener el portátil sobre ellas y me percato de que su camiseta, o sea, la mía, se le ha subido un poco por los muslos. El porqué me fijo en eso es un misterio, porque he visto a Emily en traje de baño un millón de veces y sé perfectamente cómo son sus muslos. Pero es que así, con mi camiseta…
La tele. Tengo que centrarme en la tele y luego en dormir, porque es evidente que lo necesito. No pierdo más tiempo. Saco los tornillos y el destornillador de mi bolsillo y le cuelgo el televisor sin ningún esfuerzo. El anclaje que pongo es el que ya había antes de mudarme, así que encaja a la perfección. Lo enciendo y sintonizo todos los canales mientras pienso que, en realidad, esto podría hacerlo ella, pero… Bueno, me gusta ser amable. No hay más. Durante todo el proceso Emily ha estado absorta en su película, pero eso no me extraña. En su familia todos son de concentrarse al máximo en películas y series. De hecho, suelen hacer maratones a los que van todos, o casi todos, y de verdad que podrían llenar un cine sin mucho problema. No es que mi familia sea pequeña, y también nos encanta ver pelis, pero somos más de poner el proyector en el jardín y disfrutarlas con calma. Supongo que todo se traduce en que los León y agregados, como le gusta llamarlos a Julieta, son desmedidos e intensos incluso en eso.
—Esto ya está, solo falta que metas los datos de tu cuenta en las plataformas y lo tienes —le digo.
Ella alza la vista del portátil y me sonríe ampliamente.
—Mil gracias, Oli, seguro que le saco partido.
Sonrío por respuesta, meto las manos en mis bolsillos y encojo los hombros.
—No hay problema. Ahora, con tu permiso, voy a ir a intentar dormir hasta que el despertador me avise de que tengo que volver al hospital.
—Está siendo un inicio duro después de vacaciones, ¿no?
—¿Por qué lo dices?
—Tienes ojeras.
—¿Estás diciéndome que estoy feo?
Pone los ojos en blanco y se retrepa contra los cojines del cabecero. Es raro, porque ahora este es su dormitorio, pero no dejo de pensar que está tumbada en mi cama.
—Sabes perfectamente que es difícil que estés feo. —Me río con cierto ego y ella vuelve a poner los ojos en blanco—. Es un dato objetivo, yo no me lo tendría tan creído.
—No me lo tengo creído. Objetivamente te digo que creo que estoy cañón.
—Objetivamente te digo, Oliver, que eres un cretino.
Me río, tiro de los dedos de su pie de broma y voy hacia la puerta.
—Te veo en unos días. Vendré a por el resto de las cosas en cuanto tenga un hueco libre.
—No te preocupes. Estoy metiéndolo todo en esos dos cajones de ahí. —Señala el armario—. Así puedo ir colocando lo mío.
—Perfecto. Nos vemos, Emily.
—Hasta pronto.
Salgo del dormitorio dispuesto a ir directamente a casa, pero mi madre me intercepta y me ofrece cenar allí.
—La verdad es que estoy agotado. Si no te importa, prefiero marcharme y dormir ya.
—Llévate al menos un táper. Vic y Adam cenan en su casa, Daniela y Ethan siguen con la dieta estricta y Emily, tu padre y yo no vamos a poder comernos tanto.
Acepto y dejo que me cargue no un táper, sino varios. En serio, esta mujer hace de comer para ejércitos enteros. Me despido de todos ellos, vuelvo al coche y cuando llego a casa y entro, dejo que la paz que me produce el silencio me recorra la espina dorsal. Adoro a mi familia, pero estar aquí en silencio cuando lo necesito es una especie de lotería.
Ceno algo, me tumbo en la cama y dejo que el sueño me atrape deseando que me haga descansar lo suficiente como para despertar con energía.
Al día siguiente tengo suerte y logro mi propósito, pero cuando salgo de otro turno demoledor, lo único que quiero es un baño en el jacuzzi y dormitar un poco en silencio.
Para mi desgracia, eso no va a poder ser, porque nada más aparcar me encuentro con el coche de Daniela en mi puerta. Entro en casa con paso cauteloso, esperando encontrarme a Ethan y a ella armándola, pero lo que encuentro dista mucho de lo que pensé.
Mi hermana está en el sofá con un pijama horroroso que tiene desde que era adolescente y solo se pone cuando su estado emocional es nefasto. De inmediato me acerco a ella, preocupado, sobre todo cuando no se percata de mi presencia hasta que estoy sentado a su lado.
—Piojo…
Sus ojos, tan parecidos a los de nuestra madre, se clavan en mí con tanto dolor que siento la lástima y la ira renacer con una fuerza brutal en mis entrañas.
—¿Puedo dormir contigo hoy?
—Claro que sí. Pero ¿qué ha pasado?
Ella vuelve a llorar y yo tenso los músculos de todo el cuerpo. No sé qué es, pero esto no es normal en mi hermana. Daniela es el tipo de mujer que se enfrenta a sus problemas con tacones de infarto y una determinación que abruma. Pocas veces se viene abajo y mucho menos de esta forma, así que la abrazo y le doy tiempo a reponerse para que pueda contármelo.
—Shane ha venido a la oficina.
Pensaba que mis músculos no podían tensarse más, pero me equivocaba.
—¿Qué quería? —pregunto intentando no sonar demasiado tenso.
—Él… —Niega con la cabeza mientras se abraza más a mí—. Jura y perjura que la foto era para mí, no para su secretaria, pero es mentira, Junior. Ella me enseñó la misma foto.
—¿Se lo has dicho?
—¡Claro que se lo he dicho! Le he dicho eso y que haga el favor de dejar de tratarme como si fuera imbécil, pero me asegura que no se ha liado con nadie, que seguramente su secretaria le hackeó el móvil y que ya la ha despedido.
Frunzo el ceño. Conocí a Shane muy poco y admito que mis hermanos y yo no se lo pusimos fácil para que se integrara, pero él pareció hacerlo de todos modos. Sonrió todas y cada una de las veces que lo excluimos, como si nos entendiera, y de algún modo, con aquella aceptación se ganó un mínimo respeto por nuestra parte. Cuando supimos que había enviado una foto en pelotas a Daniela que iba dirigida a su secretaria montamos en cólera, sobre todo Ethan, que amenazó con ir a buscarlo y darle una paliza. Nos costó la vida que controlara su carácter explosivo. Desde entonces Daniela no nos ha contado nada más, y ella parecía muy enfadada con Shane, pero ha disfrutado de sus vacaciones como si no pasara nada.
Me doy cuenta, viéndola ahora, de que sí pasa. He cometido el error de pensar que, porque sonreía, todo estaba bien. Se me olvidó que a veces una sonrisa contiene toda la tristeza del mundo oculta entre sus pliegues.
—Dime qué necesitas —murmuro besando su pelo.
—Retrocede al pasado para evitarme conocer a ese cretino.
—¿Y algo que no necesite desafiar las leyes del tiempo?
Su risa llega amortiguada, pero llega, que es lo importante.
—Deja que me quede aquí esta noche. Te prometo que no daré guerra. Si Ethan me ve así… se va a armar. Tú lo sabes.
Sí, lo sé, pero no es ese el motivo por el que la dejo aquí, sino porque me necesita, y yo estoy muy lejos de ser un hombre perfecto, pero si algo tengo claro, es que siempre voy a intentar estar para mi familia cuando me necesite.
Por ese motivo, cuando Daniela se duerme, hago un grupo de WhatsApp con mis hermanos y les escribo.
Junior:
Vestíos y moved el culo
hasta mi casa. Vamos a
salir.
Adam:
¿A dónde?
Junior:
Lo resumiré en tres
palabras: Daniela.
Lágrimas. Shane.
Ethan:
Salimos ahora mismo.
Bloqueo el teléfono, observo a mi hermana dormir, agotada, y me cambio el pantalón de traje y la camisa por un vaquero con camiseta. Salgo a la puerta y poco después, cuando veo a mis hermanos llegar en el coche de Adam, sonrío. Puede que esté agotado, jodido y hambriento, pero no hay nada como hacer justicia en familia.
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Recordemos a los hermanos Lendbeck-Acosta, ¿os parece? ¡Y os recuerdo que en Instagram también comentamos cada capítulo!
¡Feliz finde! ❤️