Después de un día de mierda, abro la puerta de casa y entro sintiéndome completamente agotado. No ayuda en nada que apenas haya podido ver a Emily a solas desde que nos despertamos. Dios, necesito que vuelva a casa.
Dejo la bolsa de deporte a los pies de la escalera y voy a la cocina. Tengo toda la intención de cenar algo rápido, darme una ducha y meterme en la cama hasta mañana. Necesito dormir. No solo porque esté cansado, sino para que un día más pase. Con cada día que pasa las probabilidades de Emily de volver a casa crecen. Y las de que su padre se vaya a España, también. Me siento como un cerdo pensando esto, pero la situación se ha vuelto insostenible. No lo soporto. Mi padre me ha preguntado. Mi madre me ha preguntado. También mis hermanos. Joder, hasta Einar me ha preguntado, y él no suele darse cuenta de ningún tipo de conflicto, por muy evidente que sea. Esto está llegando al punto de incomodar a la familia y eso no es lo que quiero, pero es indiscutible que no está en mi mano hacer algo para que la situación mejore. Tampoco es como si culpara a Diego. Me odia y supongo que tendrá sus motivos, aunque no los considere válidos.
Estiro la espalda mientras corto un poco de queso para añadirlo a una ensalada. Reviso mis mensajes y veo uno de Óscar pidiéndome hablar en estos días. Miro la hora, por el cambio horario ya no puedo llamarlo, así que me lo apunto mentalmente para mañana. Ya hablamos hace un par de días y le conté lo ocurrido con Diego. No pudo venir cuando ocurrió lo de Emily, muy a su pesar, porque el trabajo se lo impide, pero está pendiente en todo momento de su estado. Él, como buen amigo y hombre sensato, me aconsejó no relacionarme demasiado con él hasta que se le pase el nerviosismo por todo lo ocurrido y yo pienso obedecer a pies juntillas su consejo.
Ni siquiera pienso darle más vueltas por ahora. Abro el bote de cristal donde tenemos las nueces y esparzo unas pocas sobre el cuenco de la ensalada pensando en la declaración que ha hecho Emily hoy a la policía. La verdad es que han respetado bastante su recuperación y no han vuelto al hospital hasta hoy, pero no ha tenido que hacer mucho. El caso está más que claro y tanto Brittany como su madre y algunos vecinos han declarado lo que ocurría en casa y el modo en que su padre las maltrataba, así que solo ha sido un mero trámite. Aun así, cuando se han marchado Emily se ha quedado inusualmente callada. Me hubiese encantado abrazarla y hacerle ver que estaba allí, con ella, pero su madre ha tomado el mando, su padre se ha puesto por el otro lado de la cama y… bueno, digamos que no había espacio para mí.
Joder, otra vez vuelta al mismo tema. Estoy valorando si es una pésima idea tomarme una copa de vino y regodearme un poquito en mi propia mierda, pese a que no bebo nunca, cuando suena el timbre haciéndome fruncir el ceño, primero, y maldecir después. Solo espero que no sea Ethan con ganas de dar por culo. Daniela no será, porque desde que ha vuelto con Shane apenas le vemos el pelo, lo que es buena señal, porque significa que está contenta y feliz. Adam, evidentemente, estará con Vic a estas horas, así que solo queda…
¿Diego?
Creo que mi cara refleja mi sorpresa cuando lo veo por el videoportero. Aprieto el botón que le da paso, abro la puerta y me apoyo en el marco, aún alucinando, pero también entrando en calor rápidamente. No pienso tolerar una actitud avasalladora en mi propia casa y así se lo hago saber en cuanto está a un metro de mí.
—Si has venido hasta aquí para…
—Para pedir perdón. —Lo miro con la boca de par en par, pero no se detiene—. He venido a pedir perdón y a tener una charla contigo de hombre a hombre, si puede ser.
No sé qué decir. Me quedo mirándolo, buscando las palabras que se adecuen a mi estado de ánimo e intentando pensar a todo trapo qué quiero. Al final, como de costumbre, gana mi saber estar. Abro más la puerta, dándole paso, y me adentro en mi casa dando por hecho que va a seguirme. Decido en el acto que empezar esa botella de vino sí es una buena idea. Probablemente sea la mejor idea de mi vida. Miro a Diego cuando entro en la cocina, cojo la botella y se la muestro.
—¿Quieres?
—No me vendría mal.
Asiento por toda respuesta. No estoy siendo la amabilidad personificada, pero lo cierto es que se me han pasado las ganas de intentar caerle bien a un hombre que ha pasado de considerarme un sobrino a odiarme simplemente por salir con su hija. Aún sería un poco comprensible si yo fuera una bala perdida, pero, joder, me esfuerzo mucho por ser merecedor del amor de Emily, y del mío propio. Quiero ser un hombre del que estar orgulloso, aun con mis defectos y errores, que los tengo, como todo el mundo.
—¿Qué tal fue el turno? —Su pregunta me pilla desprevenido. Sirvo el vino para ambos, estiro una copa en su dirección y señalo la ensalada.
—Bien. ¿Has cenado? —Niega con la cabeza—. Bien. Hay ensalada completa y es demasiado para mí. Me he acostumbrado a cocinar para dos y ahora… —Me callo enseguida, carraspeando, porque imagino que esto no es de su agrado—. En fin, si quieres, puedes cenar conmigo.
—Si no es molestia, me gustaría.
Su amabilidad me pone de los nervios, no porque no la agradezca, sino porque es como si este no fuera el Diego con el que yo estoy habituado a tratar. El Diego con el que yo hablo es mucho más sencillo, incluso en su modo de expresarse. No es, ni de lejos, tan… frío. Aun así, termino la ensalada y observo en silencio el modo en que Diego coloca las dos copas sobre la mesa de la cocina y toma asiento, esperándome. Sirvo la cena en el centro, me siento y doy un sorbo a mi copa antes de mirarlo.
—Si no te gusta o prefieres otra cosa, puedo…
—Está genial así. —Se sirve en el plato y, cuando habla de nuevo, se queda mirando ahí, como si todas las respuestas a sus preguntas estuvieran en las pasas—. La primera pregunta que quiero hacerte es la más importante de todas.
—Tú dirás.
—¿Es insalvable? —Lo miro sin comprender—. Nuestra relación. ¿Es insalvable, o todavía puedo recuperar al hombre que considero parte de mi familia?
—Creo que eso no lo decido yo —le digo lentamente, midiendo cada palabra—. Fuiste tú quien me relegó a un plano inferior y consideró que yo no…
—Dije un montón de estupideces que no sentía, Junior.
—Ya…
—No me crees —afirma, más que pregunta.
—No es fácil, cuando tengo el eco de tus palabras grabado en la mente.
—Estaba enfadado, triste, irascible y asustado. No pretendo que lo entiendas del todo, pero sí que intentes buscar sitio para el perdón.
—Eso dependerá de si la situación va a cambiar o vas a seguir pensando que soy indigno para tu hija.
—No eres indigno de mi hija. Todo lo contrario. Tiene mucha suerte de estar con alguien como tú. —Boqueo, sorprendido, sobre todo cuando se ríe entre dientes—. Lo sé, joder, es muy raro que esté aquí diciéndote esto, pero es que he tenido muchas revelaciones últimamente y… Bueno, digamos que la propia Emily ha sabido ponerme en mi sitio.
—¿Te ha dicho algo? Yo no he dicho nada de nuestra discusión ni…
—No, no me ha dicho nada de la discusión, salvo que te niegas a contar lo ocurrido, cosa que no comprendo, porque fui un completo capullo y sacarías munición para hundirme.
—Yo no quiero hundirte, Diego —le digo con cansancio—. Solo quería que siguieras siendo parte de mi familia, solo que de un modo distinto. —Él se queda en silencio un segundo y aprovecho para decir todo lo que siento—. Siempre he pensado que el modo en que tratas a Adam es, en realidad, una pantomima. Una especie de teatro. Nunca he sentido que lo odiaras, pero conmigo… —Me remuevo inquieto—. Sí que lo sentí. Que podías llegar a odiarme.
—No, joder —murmura con tono serio—. No, Junior, yo nunca podría odiarte.
—Lo parecía.
Aguanta mi mirada, pero no la desvío. Quiero que vea hasta qué punto me han jodido sus palabras. Llevo días evitando mirarlo, intentando no estar en la misma habitación que él y pensando, a ratos, que tiene razón y no soy lo bastante bueno para Emily. He intentado no infravalorarme ni sentirme despreciado, pero ha sido complicado y si vamos a solucionar esto, o intentarlo, tiene que saberlo.
—Me he portado como un capullo, pero no soporto la idea de tener a mi hija tan lejos. Ni que forme una familia a tantos kilómetros de mí. Claro que ahora dice que no va a tener hijos y…
—Por supuesto que vamos a tener hijos —digo frunciendo el ceño—. Tres, al menos.
Él me mira con las cejas elevadas, se retrepa en la silla y cruza los brazos unos instantes. Me tenso. No tenía que haber dicho eso, pero entonces se ríe entre dientes y sus hombros se sacuden con cierta relajación.
—¿Ves? Por eso eres tan bueno para ella.
—¿Por querer tres hijos cuando ella no quiere ninguno, supuestamente?
—No, porque tienes las ideas claras y sé que pelearás por ellas. Sabes lo que quieres, igual que mi hija. Lucharéis por vuestros propios sueños y no os perderéis en lo que el otro necesita sin teneros en cuenta.
—Me encantaría decir que te estoy entendiendo, pero la verdad es que no.
Se ríe de nuevo, dejándome patidifuso. No tengo ni puñetera idea de qué va todo esto, pero no pienso abrir más la boca por si lo acabo estropeando todo.
—Cuando empecé con Julieta, ella tenía el sueño de abrir su propia tienda de disfraces. Yo trabajaba a destajo entre la policía y el restaurante, pero los dos teníamos sueños independientes. Nos enamoramos, pero ninguno de los dos renunció a lo que quería. No a lo esencial, al menos, porque está claro que los dos sacrificamos cosas para estar juntos y por el bien del núcleo familiar. —Se encoge de hombros—. Siempre me ha dado pánico que mis hijos acaben con personas que les hagan renunciar a sus propios sueños. A menudo se puede confundir con un gesto de amor, pero no lo es. Renunciar a lo que más quieres por amor solo aumenta las probabilidades de que, en el futuro, el resentimiento te coma desde dentro, o así lo pienso. Con Vic fue un poco más fácil, no te voy a mentir. Fui testigo del bien que hizo tu hermano en su vida aquel verano, pero sobre todo estaba el hecho de que ni siquiera la propia Victoria parecía saber lo que quería o necesitaba. Emily… —Sonríe y niega con la cabeza—. Emily siempre ha sabido lo que quiere. Siempre. Ser psicóloga, trabajar con niños que necesiten la ayuda que pueda darles y prosperar en la vida hasta poder vivir de lo que más le gusta.
—Lo hará. Estudia como nadie, Diego. No pienses que lo único que ha hecho en este tiempo es salir conmigo porque no…
—No, no es eso —dice interrumpiéndome—. Es que tú tienes una carrera prometedora, eso es evidente. Y mi hija empieza a dar pasos profesionales ahora. Al acabar el máster tendrá que decidir qué quiere en su vida y, cuando supe que estabais juntos, temí que, en un arrebato, te eligiera a ti, incluso por encima de su carrera. —Empiezo a comprender sus palabras, pero aun así sigue hablando—. No quiero que Emily se pierda en el amor, porque el amor importa, pero uno mismo y los sueños individuales también. Pensé, erróneamente, que lo dejaría todo por ti. No comprendí a tiempo que Emily puede tenerlo todo aquí; no tiene que renunciar a su carrera para estar contigo, del mismo modo que yo no renuncié a la policía, ni mi mujer a su tienda. Equilibrio. —Suspira hondamente y se rasca la barba—. Equilibrio. Parece fácil, pero me ha llevado un tiempo comprenderlo.
Lo miro en silencio. Este hombre, como mi padre, ha criado a cuatro hijos con un sueldo de policía y una mujer autónoma y con un negocio pequeño. No tienen dinero a raudales, pero han sabido colmar a cada uno de sus hijos de algo mucho más importante: amor propio. Les han enseñado a soñar y, joder, lo han hecho muy bien. ¿Hasta qué punto puedo seguir enfadado por que un padre no quiera ver a su hija tirar su futuro por la borda?
—Creo que yo habría hecho lo mismo. —Me mira sorprendido—. Si tuviera una hija tan brillante como Emily y se enamorara justo en la recta final de la carrera para cumplir su sueño… me habría opuesto. —Diego no da crédito y creo que yo tampoco—. Joder, creo que la encerraría en una habitación de casa. —Doy un sorbo a mi copa de vino y frunzo el ceño—. Voy a ser un padre de mierda. A lo mejor es verdad que no deberíamos tener hijos.
Su risa me sorprende, segura y alta, como solía ser antes de que ocurriera todo lo de Emily.
—Hijo, yo creo que lo vas a hacer genial.
La última vez que me llamó “hijo” fue en nuestra discusión y le dejé claro que no quería que lo hiciera. Ahora es distinto. Él espera que lo rechace, pero no puedo hacerlo. Independientemente del daño que hayamos podido hacernos, este hombre ha sido como un tío más para mí. Ahora será mi suegro, sí, pero eso no cambiará que nos conocemos desde que yo era un crío, así que alzo mi copa en su dirección, a modo de brindis, y zanjo todo esto.
—Prometo quererla, respetarla y levantarme cada día con el propósito de estar a la altura de una mujer como ella.
Diego me mira completamente descolocado, pero también agradecido. Puedo verlo en su mirada y en el modo en que alza su copa con una sonrisa y asiente una sola vez. Y, cuando está a punto de beber, se para y vuelve a llevar su copa a lo alto.
—Prometo quererte, respetarte y levantarme cada día con el propósito de ser mejor padre, pero también mejor suegro.
Bebemos en silencio, dejamos la copa encima de la mesa y, con las ensaladas intactas y el corazón latiéndome a toda prisa, me levanto, me acerco a él y lo abrazo, no como suegro, sino como parte de mi familia, porque es lo que ha sido siempre.
—Gracias por venir hasta aquí —murmuro palmeando su espalda.
—A ti por abrirme la puerta.
Nos reímos, nos sentamos de nuevo y, esta vez, miramos la cena con ojos distintos.
—¿Sabes que Emily está sola? —Lo miro sorprendido y él me dedica una sonrisa un tanto misteriosa—. Le mandé desde la puerta un WhatsApp a mi mujer para que vaya a casa de tus padres y me espere para ducharnos juntos, así que, yo de ti, cenaría rápido para poder ir con tu chica. Es lo que pienso hacer yo.
Se pone a comer sin decir nada más, claro que, ¿hay algo más que pueda decir? Ha conseguido arreglar nuestra situación en apenas diez minutos y ahora come tranquilamente mientras yo… ¿Qué coño hago yo aquí? Me levanto, tomo dos bocados de la ensalada y palmeo su brazo.
—Me voy ya.
—¡Pero acaba de cenar!
—Acaba tú y, cuando salgas, cierra con llave. —Le dejo rápidamente mi juego—. Yo… yo me voy con ella.
Diego me mira, se ríe entre dientes y asiente.
—Vale, robahijas, vete.
Me quedo paralizado un instante, pero su sonrisa le delata. Por fin tengo el mismo trato que Adam, que no es malo en sí, sino una mecánica a la que todos nos hemos acostumbrado poco a poco. Algo que nace del cariño, sin maldad. Me acerco a él y lo abrazo nuevamente con fuerza y rapidez antes de dar un paso atrás.
—Gracias —murmuro.
—Gracias a ti. Sé muy bien lo privilegiado que soy por haber topado con alguien dispuesto a aguantar semejante salida de tiesto.
—Tampoco yo soy un hombre fácil.
—No, no lo eres, pero eso solo convierte todo este asunto en algo más interesante.
Me río, pero esta vez no pierdo más tiempo. Cojo las llaves de mi coche, subo las escaleras a toda prisa y cojo una muda de ropa para mañana sin mirar bien si los colores pegan o no. Tengo que ir con ella. Contarle todo esto. Besarla. Joder, tengo que besarla sin remordimiento de ningún tipo.
Salgo de casa después de dos minutos y, justo antes de cerrar la puerta, miro al fondo, donde Diego sigue cenando con calma. Me río, joder, lo que está claro es que con esta familia no vamos a aburrirnos nunca.
Entro en el hospital minutos después, agitado y pensando que igual Emily está dormida, pero cuando entro en su habitación la encuentro mirando una peli en su portátil. Me mira de inmediato y, por su mirada, puedo darme cuenta de lo confusa que está.
—¿Oli? ¿Qué…? —Abre la boca sorprendida—. Mi madre me ha dicho que iba a dar un paseo por los pasillos.
—Tu madre está en casa de mis padres, preparándose para tomar una ducha con tu padre.
—¿Qué? ¿Cómo lo sabes?
—Porque tu padre está en nuestra casa cenando una ensalada que preparé yo mismo.
—¿Qué?
Su confusión es tan adorable que beso sus labios y apoyo mi frente en la suya. Luego, con calma, le cuento todo lo hablado con su padre y me recreo en el modo en que el rostro de Emily cambia y va desde la sorpresa hasta la felicidad absoluta. No le cuento, sin embargo, el miedo que Diego tenía a que Emily eligiera mal con respecto a su vida profesional. No quiero presionarla o que entienda mis palabras como algún tipo de ultimátum para que decida si al acabar el máster se quedará o se irá.
—¿Sabes que también ha hablado conmigo? —Niego con la cabeza—. Me ha hecho entender algunas cosas.
—¿Cómo cuáles? —pregunto.
—Como que es absurdo que siga pensando que, al acabar el máster, voy a querer volver a España. Él lo sabe y yo, en el fondo, también, de ahí su miedo y su desánimo. —La sorpresa de que justamente esté pensando en lo mismo que yo me sobresalta y ella lo entiende como una señal para seguir—. Solo digo que quizá no es mala idea intentar abrirme camino en Los Ángeles como psicóloga. No es que te esté obligando a estar conmigo. No quiero presionarte, pero aquí está mi hermana y…
La callo con un beso, porque estoy tan nervioso que no sé cómo hacerle entender ahora mismo todo lo que siento. Esta mañana, cuando me desperté, tenía a la mejor novia del mundo, sí, pero era consciente cada minuto del día de su tristeza por culpa de la situación entre su padre y yo. Ahora me siento como si las piezas empezaran a encajar, por fin.
—Si decides quedarte, seré el hombre más feliz del mundo. Sin presiones.
—Sin presiones, ¿eh? —Se ríe—. Es bueno saberlo.
—Ah, por cierto, ¿qué es eso de que no vamos a tener hijos? —Su carcajada me hace reír—. Le he dicho a tu padre que tendremos tres y me ha abrazado.
Esta vez su risa se desata tanto que acaba quejándose del dolor en el costado.
—Cállate un poco y dame otro beso como el último. Dios, me ha gustado muchísimo.
Me río, la beso y siento como cientos de pensamientos revolotean por mi cabeza, pero curiosamente es uno el que más martillea. Y digo curiosamente, porque nunca hubiera apostado por él, pero el caso es que no puedo dejar de pensar que estoy deseando ver cuántas julietadas es capaz de hacer Emily el resto de nuestras vidas.