Junior
La tensión de la habitación de Emily es tal, que más que con un cuchillo podría cortarse con una motosierra. Miro a Diego, que a su vez mira a su hija, intentando comprender algo.
—¿Cómo?
—Estoy viviendo con Oliver. —Pensé que iba a explicarle los motivos por los que vino a casa, pero Emily, una vez más, me deja con la boca abierta—. Estamos juntos, papá.
—¿Cómo que juntos?
Emily me mira, como pidiendo permiso, y sonrío por toda respuesta. Llevo semanas un poco picajoso con que ella quisiera mantenerlo en secreto. No lo decía, porque sabía que tenía su sentido, pero no podía evitar que me molestara un poco. Ahora, ella está decidida y yo… creo que podría derretirme por esta mujer. Me acerco a ella, sostengo su mano y la aprieto, para que entienda que puede decir lo que quiera, hasta donde quiera.
—Juntos. Yo… me he enamorado de él.
Que me haya mirado a mí al pronunciar esas palabras es una declaración de intenciones más. Le sonrío, aprieto su mano de nuevo y miro a su padre. La habitación ha caído en un silencio sepulcral, salvo por el “qué fuerte” que ha soltado Mérida por lo bajo. Veo a Julieta acercarse a su marido lentamente, como si fuera un guepardo al que hay que controlar antes de que salte para cazar a su presa. Yo, en cambio, mantengo la espalda recta y la mirada fija. No me arrepiento de nada y, desde luego, no creo que deba pedir perdón por nada. Mi relación con Emily se ha basado siempre en la amistad, hasta que nos dimos cuenta de que podíamos ser más y, sinceramente, ahora mismo, es la persona más importante de mi vida; la mujer con la que quiero hacer vida presente y futura. No tengo por qué contarle eso a Diego, porque mis planes con Emily, que son muchos, debe saberlos ella antes que nadie, así que guardo silencio y espero sus palabras.
—¿Desde cuándo?
—Me fui a vivir con él prácticamente desde el inicio, pero no empezamos a salir hasta algunas semanas después.
Diego nos mira a uno y a otro y asiente una sola vez.
—Vale.
El silencio se ahonda más. Tanto, que creo que absolutamente todos los presentes nos sentimos incómodos.
—¿Vale? —pregunta Emily.
—Sí. Vale. ¿Estáis juntos? Pues vale.
Emily mira a su madre con toda la razón del mundo. Esta actitud no es normal. Ella encoge un poco los hombros, pero es evidente que también piensa lo mismo. Joder, hasta yo lo pienso. Este hombre montó un escándalo tras otro cuando supo que mi hermano y Vic estaban juntos. Y quiere mucho a Adam, no me cabe duda, pero también siente un resquemor constante al saber que, por él, su hija no vuelve a Sin Mar, donde ha querido que estén todos siempre. Y lo entiendo, puedo entenderlo, porque imagino que el hecho de tener a tu hija a miles de kilómetros pesa, pero eso no hará que entienda el modo en que suelta puyllas descontroladamente. Como tampoco entiendo la diversión que eso parece provocar en Adam. Mi hermano se ríe y casi diría que provoca situaciones en las que el poli acabe cabreado. Es una constante entre ellos y han conseguido que todo el mundo se tome a risa el tema. Yo no podría, porque no quiero que Diego piense mal de mí. Lo conozco desde que tenía seis años y lo admiro, respeto y quiero, por eso no sé si llevaría bien un enfrentamiento abierto.
—Oye, papá…
—¿Quieres que te traiga algo de la máquina de bebidas? Voy a por un café. El vuelo ha sido eterno.
—No puedo comer nada fuera de lo que me traigan aquí, supuestamente.
Diego asiente y sale, sin dar más tiempo a extender la conversación. Emily mira a su madre, que suspira.
—¿Qué acaba de pasar? —pregunta Mérida—. ¿Por qué sigue Junior con la cabeza sobre los hombros? Papá se la debería haber arrancado ya.
La imagen es drástica, pero nadie niega sus palabras. Ni siquiera yo.
—El poli es un hombre sensato y cabal que entiende las cosas. No sé por qué le dais tan mala fama.
Nadie responde, pero es raro. Es todo muy raro. Por suerte o por desgracia, en la habitación hay tanta gente que pronto los temas derivan en otras cosas. Yo me despido de Emily, porque tengo que ir a por ropa para empezar a trabajar mañana, y salgo del hospital con la sensación de que hay algo pendiente sobre nosotros. Como cuando sales a la calle y ves el cielo prácticamente negro, pero no tienes paraguas. Empiezas a vivir con tensión, sin dejar de mirar arriba. Así me siento, más o menos. Aun así, llego a casa, me doy una ducha y vuelvo al hospital con una bolsa de deporte llena de ropa que dejaré en la habitación de Emily. Puedo ducharme en los vestuarios del hospital y cambiarme allí cuando acabe el turno, pero prefiero tener las cosas con ella.
Entro en la habitación y me encuentro que Nate y Esme también han llegado. Sus hijos, Noah y Ariadna, se han quedado en España cuidando de Javier y Sara, que no saben nada. Están mayores y no hay necesidad de darles este mal rato. Emily va a recuperarse y el desgraciado que la agredió está muerto. No tiene sentido darles el susto cuando no pueden venir a verla y Emily no podrá viajar hasta la boda, donde ya estará mucho más recuperada. Tampoco es como si Noah y Ari se hubiesen quedado conformes. Al parecer, tuvieron que hacer un sorteo porque alguien debía quedarse y le tocó a Noah. Ari se ha quedado en solidaridad con su hermano, que tiene un montón que estudiar y así se reparten los paseos para ver cómo están y las responsabilidades varias.
—Aquí hay demasiada gente —digo nada más entrar—. Y hace demasiado calor.
—Toda la razón, pero igualmente merezco un abrazo de bienvenida.
Me río con las palabras de Nate, lo abrazo y luego hago lo propio con Esme.
—Me alegra veros, pero alguien tiene que salir de aquí. Demasiada gente, ¿cómo es que no os ha reñido una enfermera ya?
—Son muy majas aquí —asegura Erin.
—Y mamá ha mentido como una bellaca cuando ha venido la primera, diciéndole que tú nos has dejado estar aquí y que somos familia —dice Mérida.
Miro a Julieta, que sonríe y me guiña un ojo.
—Lo somos, nuero.
—Mamá, es yerno —dice Edu—. Joder, no seas inculta.
La colleja que le llega por parte de Marco me parece correctísima.
—Ya sé cómo se dice, pero me gusta más nuero.
A su lado, Diego mantiene la mirada fija en su botellín de agua. Esto es raro. Esto es muy raro. Miro a Emily, que me observa fijamente.
—¿Todo bien? —pregunto acercándome a ella.
Ella sonríe, y esta vez la mueca de dolor no es tan extensa. La hinchazón de su labio ha bajado mucho y sus hematomas pronto empezarán a tornarse amarillos. Acaricio su sien y el pómulo que tiene menos golpeado. Su ojo ya se ve y parece un ojo, que es más de lo que se podía decir cuando llegó, pero ver su cara tan magullada todavía despierta una ira difícil de calmar en mí.
—¿Has traído mi portátil?
—Sí, ¿quieres que te lo ponga?
Ella niega con la cabeza.
—No, mejor luego, a la noche.
Asiento y, por mero impulso, bajo la cabeza para besar su frente. No me doy cuenta hasta que me alzo de nuevo del montón de público que tenemos.
Diez personas, nada menos, nos miran con distinto grado de sorpresa. Yo carraspeo y adopto actitud de doctor, porque es la única manera de poner un poco de orden en esta habitación.
—Entiendo que todos queréis estar con Emily y habéis venido precisamente a eso, pero no podéis estar al mismo tiempo en la habitación. Y menos teniendo en cuenta que mañana llega el resto. Vais a tener que montar turnos. —Miro al pequeño Diego y Nollaig—. Además, los niños necesitarán aire fresco.
—En eso estoy de acuerdo. Además, estoy molida —añade Erin—, así que nosotros vamos a marcharnos ya. Oli y Daniela nos esperan en casa. Dicen que han adaptado las habitaciones libres y el sótano. Estos días van a ser una aventura.
Organizan en un momento un horario tan completo de visitas para Emily que, cuando acaban de discutirlo, me doy cuenta de que se han repartido todas las horas del día y la noche y no me han metido en ninguno de los turnos. Mi intención era quedarme con Emily a dormir y trabajar de día, pero ahora no me atrevo a contradecirlos y, aunque ella me mira de un modo extraño, no sé si quiere que hable y reclame mi lugar o me calle y lo deje pasar. Hago lo segundo, porque corro menos riesgo de provocar una crisis familiar, pero reconozco que, cuando Esme, Nate, Erin y Marco salen de la habitación con los chicos, dejándonos a solas con Diego y Julieta, siento deseos de irme con ellos, porque esto es… raro.
—Oliver iba a quedarse a dormir —dice Emily de pronto.
La miro, visiblemente tensa, aunque intentando mantener una sonrisa.
—¿No tienes que trabajar? —me pregunta Julieta.
—Empiezo mañana. Pensaba dormir en el sofá.
Ellos miran de inmediato el sofá de la habitación.
—Desde luego, tiene pinta de cómodo, pero quizá deberías dormir en una cama para recuperarte por completo —dice Julieta.
—Estaré bien —aseguro.
—No puedes dormir en un sofá y ocuparte de tus pacientes. Se merecen profesionalidad.
Ese ha sido Diego, y en su tono hay poco de amable. Lo dice como si me hiciera un favor, pero en realidad es una forma de sacarme de aquí y los dos lo sabemos.
—Soy un profesional en mi trabajo. Jamás me permitiría a mí mismo fallar por cansancio. Si me ofrezco a dormir en el sofá es porque sé que es un sofá cómodo.
—No sé yo si querría que un cirujano me operara después de dormir durante noches y noches en un sofá, pero tú sabrás.
Miro a Emily, que se ha puesto nerviosa, aunque intente negarlo. Bien, Diego no va a ponerlo fácil, así que, aunque me joda, tengo que hacer lo mejor para Emily y su bienestar.
—Oye, pequeña, creo que tu padre tiene razón, me iré a dormir a casa. —Emily me mira con sorpresa, pero no sé si por mis palabras o por el bufido que ha soltado Diego al oírme—. Tus padres han venido para estar contigo y quieren cuidarte.
Nadie dice nada. Ni siquiera Emily, que se limita a asentir levemente. Yo recojo mi bolsa de deporte y juro que cada paso que doy hacia la puerta me quema por dentro, pero desatar una discusión ahora solo hará que Emily se ponga más nerviosa y ella es lo primero. Ella siempre es lo primero.
—Yo vendré durante el día varias veces para ver cómo estás, ¿de acuerdo? —pregunto ya desde la puerta.
Ella asiente, pero sigue sin decir nada, así que salgo de la habitación sintiéndome entre idiota y miserable. Me echo la bolsa al hombro y me preparo para volver a casa e intentar dormir en una cama rebosante de recuerdos de Emily. Joder, van a ser noches muy largas.
Toco el botón del ascensor para bajar al aparcamiento y me giro, sorprendido, cuando oigo la voz de Diego.
—¿Te parece normal aprovecharte así de ella?
Lo observo completamente atónito.
—¿Perdón?
—Te conozco desde que no levantabas un palmo del suelo, hijo.
—Yo no soy tu hijo.
Mis palabras le hacen fruncir el ceño. Entiendo que le duelan, porque me he criado considerándolo familia, pero él no puede hablarme en ese tono sin pretender que yo le devuelva el golpe.
—Tenemos que hablar.
—¿De qué?
—Sabes muy bien de qué.
—No, no lo sé. Hasta donde yo sé, no hay un tema pendiente entre nosotros.
—Emily —dice entre dientes—. ¿Te parece normal que mi hija me oculte algo así?
—Ni normal, ni anormal. Me parece que fue su decisión y yo la respeté. Nada más.
—Ah, ¿fue decisión de mi hija no decirme que estaba contigo? ¿Y por qué fue, Junior? ¿No sería que sabía, en el fondo, que está cometiendo un error?
Me quedo paralizado momentáneamente. Duelen. Joder, sus palabras duelen mucho, aunque no quiera. Y duelen, sobre todo, porque sé que Diego no lo hace con la intención de dañarme, pero sí que piensa todo lo que dice.
—¿Estar conmigo es un error?
En sus ojos se vislumbra algo. Quiero pensar que es un atisbo de arrepentimiento, pero está lleno de rabia y me va quedando claro que voy a ser el receptor inmediato.
—Ella vino aquí a formarse y estudiar, no a tener una relación. ¡Y menos con alguien de la familia! Pensé que no os veíais así. Quiero decir, con Adam lo vi venir, porque Vic suspiró por él desde pequeña, pero tú no… Nunca te vi mirarla con ojos distintos a los de un primo.
—La vida cambia.
—No tanto. ¿Qué pretendes, Junior? ¿Es porque te has dado cuenta, de pronto, de lo atractiva que es? ¿Por cercanía? ¿Por imitar a Adam?
—¿Imitar a Adam? ¿Qué clase de gilipollez es esa? —pregunto exasperado. Él tiene la decencia de recular un poco, pero no cambio mi tono—. Me fijé en Emily hace mucho tiempo físicamente, pero me obligué a olvidarlo. Yo no quería una relación, ni antes, ni ahora. Estoy desbordado de trabajo en el hospital y mi poco tiempo libre estoy tan cansado que apenas puedo relacionarme con nadie.
—¿Y entonces qué…?
—No elegí esto, Diego. Yo no elegí enamorarme así de tu hija, pero ocurrió y no pienso pedirte perdón por ello, porque es lo mejor que me ha pasado en la vida. Aun con el cansancio laboral, el tiempo libre escaso y la incertidumbre de no saber qué pasará.
—¿A qué te refieres con que no sabes qué…? —Diego se corta en seco y su mirada se vuelve tan fría que un escalofrío recorre mi espalda—. ¿Pretendes proponerle que se quede aquí al acabar el máster?
—Yo jamás le propondría algo así.
—Pero es lo que quieres.
—Tiene que salir de ella.
—Piensas robármela y…
—Nadie te roba a tus hijas, Diego, ¡joder! —exclamo exasperado. Me froto la frente, arrepentido por mi exabrupto, e intento hablar con calma—. Son mujeres adultas. Deciden lo que quieren y van a por ello, nada más. Deja de culpar a los demás por lo que eligen mujeres libres, adultas y seguras de sí mismas. Son tus hijas, pero no son de tu propiedad.
Soy perfectamente consciente del dolor que levanto en él con mis palabras, y juro que nada me gustaría más que no tener que decirlas, pero no voy a permitir que me haga pensar que estoy adueñándome de algo que le pertenece. Emily no le pertenece, y a mí tampoco. Está donde quiere, con quien quiere y del modo que quiere.
—No soy ningún retrógrado, ni machista, ni…
—No, no lo eres, pero esa actitud que tienes con Adam no va a servirte conmigo. Te conozco desde niño, te quiero y te respeto, pero a mí no vas a avasallarme, Diego, lo siento.
—Es mi hija.
El sufrimiento en su tono de voz es evidente, pero no me dejo amedrentar.
—Y mi novia.
—No le convienes.
Duele. Joder. Cómo duele que me diga eso.
—Eso lo decidirá ella —le digo suavemente.
No quiero admitirlo, pero algo está rasgándose en mi interior. La inseguridad está arañando la capa de autoestima que yo puse sobre nuestra relación y los cimientos de todo lo que creo empiezan a balancearse.
—Emily merece a alguien que se desviva por ella. Que la convierta en su mundo.
—Es mi mundo —susurro.
—No. —Él niega con la cabeza—. No, tu mundo es salvar vidas, y está bien. Te admiro profundamente por eso, pero acabarás relegando a mi hija a un segundo puesto. Harás que se quede aquí al acabar el máster, dejándolo todo por ti, y eso no es justo.
—Te repito que ella es libre para elegir…
—Te elegirá. Se ha enamorado, puedo verlo. —Suspira con impaciencia—. Te elegirá, pero eso no significa que sea lo correcto, ni lo más conveniente.
Se va por el pasillo en dirección de la habitación de Emily y yo me quedo aquí, jodido y pensando si no estaré robándole a Emily parte de su vida. Me odio profundamente por caer en esto, por darle la razón a Diego y empezar a pensar que quizá, después de todo, tiene razón.
A lo mejor no debería estar con ella. O debería dejarle más tiempo para decidir qué quiere, pero es que odio a la gente que deja a sus parejas con la excusa de “es lo mejor para ti”. Confío en que Emily ya es mayorcita para tomar sus propias decisiones.
Y, aun así, cuando llego a casa, abro y me enfrento a la soledad que emana de estas paredes sin ella, no puedo dejar de pensar que quizá, después de todo, yo no soy tan buen partido como todo el mundo ha hecho ver siempre en la familia.
Trabajo tantas horas que, a veces, llego a casa y ni siquiera quiero hablar. Solo quiero ducharme y dormir. Con Emily eso no me ha pasado, es cierto, porque siempre tengo ganas de verla, pero ¿qué pasará cuando la rutina se instale en nuestras vidas? ¿Me convertiré en una de esas personas obsesionadas con el trabajo que descuidan su vida privada? ¿Y si Emily quiere algo más en un futuro? ¿Puedo dárselo?
Me tumbo en la cama, miro a mi lado, donde Emily suele dormir, y procuro evitar a toda costa el pensamiento de que está en el hospital y yo estoy aquí. Y entonces, de la nada y puestos a martirizarme con ideas de todo tipo, el sentimiento de que ni siquiera he podido protegerla de una paliza tan brutal como la que ha recibido llega, se instala en casa, cerquita de mí, y amenaza con no darme ni un momento de paz.
Va a ser una noche jodidamente divertida.
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Vosotras teníais ganas de que Diego lo supiera, ahora amenazas no vale 😂😂🤷🏻♀️
¡Os espero en Insta!