El dolor recorre en oleadas mi cuerpo una y otra vez, pero nada de esto equiparará lo que sentí mientras el padre de Brittany me destrozaba con puños y patadas. El empujón contra la escalera, las patadas en el suelo, el modo en que me avasalló hasta destrozarme hará que tenga pesadillas durante mucho tiempo. Su forma de ignorar mis súplicas, como un auténtico monstruo, me aterrorizará mucho tiempo, sobre todo porque, mientras yo estoy aquí, Brittany sigue viviendo con él. Si cierro los ojos puedo oír sus gritos desesperados para que me soltara. Antes de perder el conocimiento la miré y vi en ella tanto dolor; tanto sufrimiento que ahora, desde esta cama de hospital, a salvo y rodeada de la gente que me importa, no dejo de preguntarme cómo lo soporta. Cómo puede vivir así. Y cómo puede su madre soportar tener un monstruo como ese cada día en su cama. Soy psicóloga, sé la parte teórica, pero después de vivir el horror de esa casa… no lo entiendo. Lo intento, pero no puedo.
Y, aun así, estoy aquí, a salvo, ahora sí. Dolorida, sintiendo que ardo por dentro cada vez que me río o hablo, pero aquí, que es lo que importa. Miro a Oliver, que no se ha despegado de mí más que lo justo para dejar a mi hermana un rato conmigo, y, por extraño que pueda sonar, siento que la fortuna está de mi parte. Un hombre bueno que me quiere y nunca, jamás, recurriría a la violencia para arreglar sus problemas. Un hombre que ahora mismo está de pie, mirando a mis padres y a mis hermanos con cara de circunstancia.
Y más allá de él, mis padres: las personas que me convirtieron en lo que soy, un hombre y una mujer que nunca han necesitado levantar la mano para ganarse nuestro amor infinito y respeto, porque pegar a un hijo no despierta respeto, sino miedo. Que las lágrimas acudan a mis ojos es inevitable, sobre todo ahora que la inflamación del que tenía cerrado ha empezado a ceder. Siempre me ha pasado que he sido capaz de soportar el dolor emocional hasta ver a mis padres. Es como si mi dique de contención estuviera en sus manos. En cuanto los veo, me dejo ir por instinto, en busca de consuelo. Y ellos no fallan. Sus manos están aquí, temblorosas, pero sobre mí, y sus labios rozan las pocas partes intactas de mi cara en lo que dura un aleteo en producirse.
—Shhhh, tranquila, pequeña —susurra mi padre—. Ya estamos aquí. Estamos contigo.
Imagino la llamada recibida para decir que estoy en un hospital y el proceso emocional que han atravesado hasta llegar aquí. El eterno vuelo, la preocupación, las ansias y, ahora, la impresión de verme así. Y, aun así, sonríen y me hacen sentir como si no tuviera más que un par de raspaduras en las piernas. Al mirar a mis hermanos, en cambio, soy consciente del modo en que han sufrido. Edu tiene los ojos tan abiertos y rojos que puedo ver en ellos hasta la última de sus emociones. Mérida no puede contener las lágrimas, y menos cuando nuestro hermano, siendo el pequeño, se hace cargo y la rodea con sus brazos. Ayuda que, aun siendo adolescente, ya nos supere a todas en altura.
—¿Te duele mucho? —pregunta Mérida con la voz rota.
Trago saliva y vuelvo inmediatamente a nuestra infancia, cuando Vic y yo nos caíamos y les jurábamos a los pequeños que estábamos bien y no nos dolía. Daba igual cuánto daño nos hiciéramos, hacíamos que Mérida y Edu pensaran que no nos dolía nada porque, si no, se echaban a llorar o corrían a buscar a nuestros padres y, eso, la mayoría de las veces no era buena idea, teniendo en cuenta que las heridas nos las hacíamos por estar cometiendo trastadas. Esta vez no he hecho nada para provocarlo y las heridas no van a curarse con un poco de agua oxigenada y besos, pero aun así niego con la cabeza y me esfuerzo en hablar.
—Casi nada.
No me creen, es evidente, pero aun así sus cuerpos se relajan un poco y consiguen acercarse a la cama con una sonrisa temblorosa. La mente es asombrosa.
—¿Sabes que hemos venido todos? —pregunta Mérida.
La sorpresa debe reflejarse en mi cara, porque Edu suelta una risita y asiente.
—Todos. Bueno, algunos llegarán mañana porque no había vuelos disponibles para todos, pero ha sido brutal, Em. Babu se ha pasado todo el vuelo con un señor al lado que roncaba dormido ¡y también despierto! Nunca he visto algo igual. Y él tampoco, porque ha tenido que buscar una farmacia para comprar algo para el dolor de cabeza nada más llegar.
Me debato entre la risa y la emoción.
—¿Babu está aquí? —pregunto con la voz tomada.
Justo en ese instante la puerta se abre y Marco, mi primo de sangre y hermano de corazón entra en la habitación con su esposa y sus hijos. Trae un globo enorme en la mano en el que puede leerse “¡Es niña!” y no puedo evitar reírme, aunque me duela todo el cuerpo al hacerlo.
—Yo quería uno que pusiera “Eres la mejor” pero los americanos son un poco básicos para pintar globos. ¿Cómo está mi niña?
Se acerca a la cama y posa una mano sobre la mía. Tiembla. Intenta disimular, pero tiembla. Aprieto sus dedos con los míos y siento su beso en la sien. Las lágrimas invaden mis ojos sin permiso y, aunque intento retenerlas, no lo consigo del todo.
—Intenté defenderme —susurro, sintiendo la necesidad de que lo sepa.
—No tenía dudas. —Se separa de mí un poco para que pueda mirarlo bien—. Mi chica valiente y luchadora…
El gemido que se oye a mi lado hace que mire a mi madre, que intenta no llorar por todos los medios. Veo a mi padre abrazarla con tanta fuerza que su costado entero roza el de él. Veo a mi madre enterrar la cara en su cuello mientras la abraza y, aunque me siento fatal, mi padre me mira y consigue guiñarme un ojo con una media sonrisa.
—Ha sido un vuelo muy largo, pero está bien. Mamá está perfecta, ¿verdad?
Mi madre asiente y mi padre acaricia su pelo, dándole espacio y tiempo entre sus brazos, que es justo lo que necesita. Como cuando éramos pequeños y nos permitía estar en brazos hasta que nos sentíamos seguros en el suelo, independientemente de que todos dijeran que ya éramos mayores para ir en brazos. Me descubro pensando que ojalá pudiera subir a su regazo ahora. Estar entre los brazos de Diego Corleone tiene algo jodidamente mágico y sanador, todo el mundo lo sabe.
—Quita, Corleone, quiero abrazarla yo también.
Me río con las palabras de Erin, mi Buba, y siento que mi corazón se llena un poquito más cuando se acerca y besa mi sien con cariño.
—¿Sabes una cosa, Em?
Miro a mi primo Diego, el pequeño de la familia, y sonrío inevitablemente. Está muy alto. Dios, no hace tanto desde el verano, pero juraría que ha crecido un palmo.
—Dime —susurro.
—Cuando mamá dijo que nos veníamos a Los Ángeles y Nollaig le recordó que tenemos clase dijo “A la mierda las clases”. —Su risa, pícara e inocente, me infla el pecho por dentro—. Mamá dice que lo dijo porque la familia va primero que todo, pero de todas formas pienso contárselo a mi profe.
—Ah, genial, tendremos otra reunión con el director al volver por mi mal comportamiento —masculla Erin—. La maternidad me está dando una mala fama que no merezco.
Intento no reírme, pero no puedo evitarlo. Están aquí conmigo, han atravesado medio mundo para darme un abrazo y hacerme ver que están aquí, conmigo, apoyándome en una recuperación que se intuye lenta. Es entonces cuando caigo en la cuenta y miro a mis padres. Mi madre ya se ha calmado un poco y vuelve a parecer la Julieta de siempre.
—¿Sabe el tío Álex esto?
La tensión se instala en la habitación, aunque intenten disimular.
—Su vuelo llegará mañana, sí —dice mi madre—. No ha habido forma de convencerlo para que se quede en Sin Mar, pero está bien. Lo ha llevado con una calma asombrosa.
—No es verdad —confiesa el pequeño Diego—. Dijo que iba a matar al hijo de puta que te había puesto las manos encima. Y luego la tía Eli le gritó que no dijera esas cosas delante de mí y entonces el tío Álex dijo que yo ya soy lo suficientemente grande como para ser cómplice del asesinato que piensa cometer. La tía Eli se enfadó un montón porque los niños no entienden las metáforas y a lo mejor llego al colegio diciendo que mi tío piensa asesinar a alguien, y tiene razón, lo pienso contar. Papá dice que no lo haga porque la familia ya tiene suficiente fama en el colegio después de todos vosotros, pero es tan guay ver al tío Álex así de enfadado que pienso contarlo de todas formas.
Me río. Si algo define a Diego es la sinceridad. Puedes decirle que no haga algo, pero si considera que le conviene para quedar bien con sus amigos o, simplemente le parece guay, lo hará de todos modos. A su lado, Nollaig, su hermana, se mordisquea el labio y me mira con sus inmensos ojos azules, tan parecidos a los de su madre. Tiene su mismo pelo rizado, sus labios y sus pecas, pero tiene la misma forma de mirar y los mismos gestos que su padre, aun sin ser consciente.
—¿Te duele mucho?
—Casi nada —miento—. Parece mucho por los moratones, pero no ha sido para tanto.
—Pues el tío Álex dice que casi te matan, pero que no te preocupes, porque esto no se va a quedar así —asegura el pequeño Diego.
—El tío Álex, como imaginarás, se ha llevado varios rapapolvos desde ayer —dice Babu riendo entre dientes—, pero no te preocupes, que le ha sudado todo lo más grande.
Me río entre dientes y, aunque parezca mentira, juro que siento cómo mejoro solo con su presencia. Creo que es algo espiritual. Recargan mis energías, llenan mi vitalidad, pese a estar postrada en esta cama. Distraen tanto mi mente que apenas tengo tiempo de pensar todo lo que me duele. De lo que sí tengo tiempo es de ver cómo Oliver se funde con la pared del fondo, intentando darnos espacio. Lo miro un momento y su sonrisa tímida hace que el corazón me baile en el pecho. Está guapísimo, pero agotado. Y preocupado. Puedo verlo, aunque lo niegue una y otra vez. Las ojeras que surcan su rostro me dan una idea del infierno que ha pasado desde que ingresé. No sé cómo se enteró, pero sé que esto ha supuesto un palo para él y, aunque me encanta que mi familia esté aquí, una parte de mí quiere un tiempo a solas con él.
No, eso no es cierto. No es un tiempo a solas con él lo que quiero. Es que me lleve a casa y me deje subirme a su regazo mientras vemos una peli tirados en el sofá. Quiero cerrar los ojos y volver a cuando mi vida era fácil, aunque no lo supiera. Trago saliva. Eso no es posible. Estoy aquí, no puedo cambiar lo ocurrido y, desde luego, estoy lejos de poder volver a casa para tumbarme a ver una peli con él. Aun así, me encantaría tenerlo a mi lado ahora mismo. A juzgar por la mirada intensa que recibo desde el otro lado de la habitación, él se siente igual, pero cuando mi padre se acerca a él se tensa tanto que aparta los ojos de mí.
—Con la emoción no te hemos saludado. ¿Cómo estás?
Lo abraza y, aunque Oliver le devuelve el gesto, como siempre, los dos sabemos que hay algo completamente distinto ahora. Mi padre ni siquiera sabe que vivimos juntos y no creo que este sea el momento de contárselo. Miro a mi madre de modo automático y ella, como si leyera mi mente, niega con la cabeza y se acerca un poco a mí con la excusa de colocarme la almohada.
—Hay tiempo —susurra.
—Mamá…
—Lo sé.
No, no lo sabe. En nuestras últimas conversaciones le dejé caer que estaba ocurriendo algo, pero nunca se lo confirmé y, ahora, no sé cómo hacerlo sin crear un momento de tensión en la familia. La miro atentamente y me doy cuenta de que todo eso da igual. Aunque no se lo haya contado, sí que lo sabe. En su sonrisa puedo ver, además, el apoyo y el cariño con respecto a eso también.
—Bien. Un poco cansado, pero bien. —Miro a Oli, que está respondiendo a mi padre—. Es genial que hayáis podido venir. Emily se recuperará mucho antes con vuestra compañía.
—No pensamos irnos hasta que le den el alta —dice mi padre.
—¿Dormiréis todos en casa de mis padres? —pregunta Oliver.
—Nos repartiremos entre la casa principal y la casa de Adam y Vic.
—En casa hay sitio, también.
—¿En tu casa? Solo hay dos habitaciones, ¿no?
Mi corazón se desboca, pensando que mi padre sospecha algo, pero Oliver sonríe y encoge los hombros.
—La que está libre es bastante amplia.
No debería, pero en mi mente la idea de que es mucho más amplia y cómoda la de Oliver toma fuerza e, irremediablemente, recuerdo el modo en que hemos dormido y hecho el amor en su colchón desde que estamos juntos.
—Pues es cierto. Lo comentaré con la familia. De todos modos, están mirando por internet para alquilar algo entre todos y no molestar.
—No molestáis. Sois familia.
Mi padre sonríe, palmea el hombro de Oliver y asiente.
—Cierto. Después de todo, tu hermano me ha robado a mi hija.
—Por el amor de Dios, Diego… —murmura mi madre—. Déjalo estar, al menos hoy, ¿de acuerdo?
—Solo he dicho la verdad.
Oliver sonríe, pero puedo ver la preocupación instalada en sus ojos. En realidad, sé que a él no le hacía especial ilusión que ocultara lo nuestro a mis padres. No me lo dijo nunca, pero soy consciente de que le picaba que no dijera abiertamente que estamos juntos y yo no sabía cómo explicarle que no es por vergüenza o porque piense que estamos haciendo algo malo, sino porque no veía la necesidad de tener esa discusión con mi padre tan pronto, y menos a través del teléfono o la pantalla del ordenador.
Sin embargo, eso ha cambiado. Ahora están aquí, Oliver no piensa despegarse de mí y eso hará que se formulen preguntas. Es inevitable. Se enterarán de esto y, aunque una parte de mí está nerviosa, otra mucho mayor está decidida a no mantenerlo más en secreto.
Oliver y yo no hacemos nada malo. No hemos hecho daño a nadie, somos adultos y, simplemente, tendrán que comprender que, aunque de niños no albergábamos este tipo de sentimientos el uno por el otro, al crecer todo ha cambiado. Estamos enamorados y queremos estar juntos siempre.
Un momento.
Queremos estar juntos siempre. Yo, al menos, quiero.
Lo miro, charlando ahora con mi madre acerca de los detalles técnicos de mi estado, y me doy cuenta, con el corazón acelerado, de que no tengo mucho que pensar con respecto a mis sentimientos y a esta relación. Quiero estar con Oliver, no solo el año que va a durar mi máster. Quiero estar con él de un modo indefinido y creo que siempre lo he sabido, pero era más fácil pensar en el día a día. Sin planes a largo plazo, porque pensaba que solían estropearlo todo.
El problema es que ahora, con lo que me ha ocurrido, he descubierto que vivir el día a día está bien, pero tener sueños en común con alguien; una idea de futuro da motivos para salir adelante, y eso no está pagado con nada.
—¿Estás bien? —pregunta Mérida acercándose a la cama y acariciando mi mano con cuidado.
Mi respiración se ha acelerado, lo que es un problema para mis fracturas, porque juro que siento que me arde el cuerpo por dentro con el más mínimo esfuerzo, pero aun así sonrío y asiento.
—Todo bien. Solo estoy un poco cansada.
—Tienes que dormir. —La voz profunda de Oliver llega a mí de un modo que me eriza la piel, lo que demuestra lo mucho que necesito a este hombre en mi vida. Él se acerca, ajeno a mis pensamientos, y acaricia mi brazo con dulzura—. Voy a dejarte un rato con tu familia. Iré a casa a por algunas cosas que necesitaré cuando empiece a trabajar y vuelvo.
—¿Puedes traer mi portátil? La tele está bien, pero echo de menos ver Netflix.
Oliver sonríe, asiente y aprieta un poco mi brazo. No va a besarme, lo sé, pero eso no impide que lo desee con todas mis fuerzas.
—¿Tu portátil? —pregunta entonces mi padre, sacándome de mis pensamientos—. ¿Por qué iba a traerlo él? Que lo traiga tu hermana, que está en su casa y viene para acá, según me ha dicho.
Miro a mi padre, que tiene el ceño fruncido, y trago saliva antes de mirar a mi madre. Ella sonríe, pero puedo ver la preocupación surcar su rostro.
No quería hacer esto así. No sé si es el momento, pero mentir ahora e inventar una excusa sería como decirle a Oliver indirectamente que nuestra relación sigue siendo secreto, y no quiero que piense eso. No, después de lo que ha pasado.
No lo quiero hacer, porque mientras el padre de Brittany pateaba mis costillas, yo solo podía pensar que quería volver a casa, con Oliver, y negar ahora que siento su hogar como mío propio sería una mentira enorme a mi familia, a Oliver y a mí misma. Y es esto último lo que me parece más grave, así que dejo de mirar a mi madre para centrarme en mi padre, tomo aire profundamente, a pesar del dolor que eso provoca en mí, y suelto las palabras que sé que van a cambiarlo todo, pero, aun así, considero necesarias.
—Papá, Oliver y yo estamos viviendo juntos.
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¡Uno más, amores! ¿Qué tal? ¡Os espero en Instagram!