Capítulo 25

by Cherry Chic

La primera vez que Emily despierta, lo hace quejándose, angustiada y aturdida. No está intubada, pero apenas puede hablar, supongo que por el dolor. Acaricio su mano y susurro un montón de palabras que ni siquiera sé si son del todo coherentes, pero tienen la única finalidad de calmarla. Lo logra, pero se adormece al poco, vencida por los calmantes.

La segunda vez que abre los ojos, sigue aturdida, y dolorida, pero parece que encaja mejor el lugar dónde está.

—Me duele —gime.

—Lo sé, cariño.

Su labio está hinchado, pero un poco menos que ayer. La noche ha sido tan jodida para mí que me parece que hubieran pasado años, en vez de solo horas. Estoy agotado, pero no es solo físico; es emocional. Verla aquí, postrada, sin poder hacer por ella más que acompañarla y mirarla me está matando por dentro. Lucho contra un sentimiento de impotencia y culpabilidad que no sé bien de dónde viene. No dejo de decirme que tendría que haber salido antes de trabajar, o haberle preguntado a dónde pensaba ir. Con quién. Algo. Lo que fuera. Debería haber estado a su lado, y no aquí, pero ahora eso ya no sirve de nada, porque no puedo volver atrás y matar al cabrón que la ha dejado así antes de que le ponga una sola mano encima.

—Oli… respirar. —Su quejido me parte por dentro—. Duele mucho al respirar.

—Tienes las costillas fracturadas —susurro—. Es normal, pero tienes que hacerlo, ¿de acuerdo? Aunque duela, pequeña. Tienes que seguir respirando.

Dios, me siento estúpido diciendo esto. ¡Claro que tiene que seguir respirando! Eso ella ya lo dará por hecho, pero no sé qué decirle para animarla y esto… esto me está superando.

—Te quiero —gime.

La miro con los ojos de par en par, impresionado, porque es la primera vez que me dice esas dos palabras.

—Emily —susurro.

—Te quiero. Solo podía pensar en lo mucho que te quiero cuando él… —Su ojo, el que no está hinchado, se llena de lágrimas—. Solo podía pensar en mi familia y en ti. Y en que no te lo había dicho nunca.

Cada palabra arde en su garganta y en sus costillas, a juzgar por lo que le cuesta pronunciarlas, pero lo hace. Las pronuncia, demostrándome lo jodidamente valiente que es.

—Te quiero, Emily Corleone León —susurro acercándome, para que me vea bien—. Te quiero como no te imaginas. —Ahoga un quejido y limpio su mejilla con cuidado, pero aun así contrae el rostro—. No llores, por favor. No te hace bien. —Ella se aguanta las ganas de llorar y acaricia mis dedos en respuesta—. ¿Quién…? Solo dime un nombre.  Necesito un nombre.

—El padre de Brittany. —La sorpresa me invade y ella lo nota—. Yo…

—No importa. —Acaricio su sien con cuidado—. Ya lo hablaremos en otro momento. Descansa.

Emily no se queja, señal de que realmente está agotada. Yo aprovecho que cierra los ojos y se adormece para salir e informar a mi familia de que está despierta. Llevan aquí desde ayer, faltando a sus respectivos trabajos y sin dormir en condiciones. Es hora de que vayan a descansar. Aquí no pueden hacer más, al menos mis padres y mis hermanos. Doy por sentado que Vic va a quedarse. Ha dormido en el sofá de la sala de espera varias horas, según me ha dicho Adam por mensaje, pero cuando la veo, me doy cuenta de que sigue estando cansada.

—Está despierta y ha hablado un poco —les digo con una sonrisa que, espero, sea tranquilizadora—. Le cuesta respirar y siente mucho dolor a causa de las fracturas, pero es una campeona. Vic, ¿quieres verla? —Ella se levanta de inmediato y le sonrío con dulzura—. Pero intenta que no te vea muy mal, ¿de acuerdo?

Odio pedirle esto, porque es como decirle que tiene que contener sus emociones, pero Emily necesita ahora mismo que las personas que la rodeen estén lo más calmadas posible para contagiarse de eso, y no de la tensión que, evidentemente, todos sentimos.  Aun así, por el pasillo, Victoria saca a relucir su valentía, se recoge su pelo de colores en una coleta alta y, cuando entra en la habitación donde está Emily, sonríe. Lo hace con tanta dulzura y aparentando tanta calma que solo puedo sonreír y apretar su hombro en señal de ánimo.

—Eh, hermanita, ¿sabes qué? —Emily abre su ojo sano y la mira, emocionada. Cuando Vic habla, su voz tiembla, pero no deja de hablar en ningún momento, lo que es de agradecer—. He decidido que tienes razón. El azul marino es mejor que el salmón. —Emily se ríe e, inmediatamente, el dolor la atraviesa y se queja de un modo que hace que Vic se tense por completo—. Perdón, Dios, perdón.

—No te preocupes —susurro—. Es normal que le duela al reírse o hablar. —Me acerco a la cama, tapando la visión de Vic, y reviso rápidamente el torso de Emily. Todo está bien, amoratado, pero eso es normal. La cicatriz está cubierta con un apósito—. Voy a dejarte un ratito con ella, ¿vale? —murmuro mirando a Emily, que asiente y esboza una sonrisa muy muy leve que seguramente le habrá costado horrores—. Estaré de vuelta antes de que tengas tiempo de echarme de menos.

Ella cierra y abre el ojo en señal de asentimiento y yo salgo después de apretar nuevamente el hombro de Vic.

—¿A quién llamo si necesita algo?

Le señalo el botón desde el que puede llamar a enfermería y luego salgo y las dejo a solas.

Voy hasta la sala de espera, donde sigue mi familia, y les sonrío, algo más calmado.

—Creo que es hora de que volváis a casa, al menos hasta que suban a Emily a planta y podáis verla.

—¿Cómo está? —pregunta mi madre.

—Dolorida, pero eso durará un tiempo. Seguramente necesite fisioterapia, tanto física para el brazo como respiratoria, pero iremos paso a paso. De momento, lo mejor que puede hacer es reposar.

—¿Sabes cuándo la subirán a planta?

—Si mañana está estabilizada y todo sigue su curso, es posible que la suban. Tiene un aspecto impresionante, pero es por los golpes. Internamente, la operación salió bien y parece que solo necesitará tiempo y paciencia para recuperarse.

—Solo eso, qué bien —masculla Ethan—. ¿Quién se lo ha hecho, Oliver? Porque tengo el instinto agresivo disparado desde ayer y estoy deseando desahogarme con alguien.

—El padre de Brittany. —La sorpresa se dibuja en la cara de mi familia—. Lo sé, yo me quedé igual, pero Emily no ha podido contar más y no sé los motivos ni qué pasó. Solo sé que esto no va a quedar así.

—Por supuesto que no —murmura mi padre—. Voy a llamar a mi equipo de abogados. Que se pongan a trabajar en ello cuanto antes.

Se lo agradezco, pero justo en ese momento la puerta se abre y dos policías entran en la sala de espera. Es privada, aquí solo está mi familia, porque este es un hospital caro y, nosotros, parte de él, aunque eso pueda sonar mal a muchos. El caso es que dudo que los agentes se hayan perdido y lo confirmo cuando se presentan y preguntan por algún familiar de Emily Corleone.

—Oliver Lendbeck. Soy su novio, además de su médico.

—¿Sería posible hablar con ella? Necesitamos su declaración para cerrar este caso.

—¿Cerrar este caso? —pregunto elevando las cejas—. Mi novia está en la unidad de cuidados intensivos después de ser operada de urgencia por la paliza que ha recibido. Este caso está muy lejos de cerrarse. Pienso echar sobre ese malnacido todo el peso de la ley y…

—Señor Lendbeck, el agresor de su novia está muerto. —El impacto me deja paralizado—. Agredió a su propia hija cuando intentó defender a Emily, según ha declarado esta, y su madre, en un intento desesperado por detenerlo, le estampó un jarrón de cristal en la cabeza. Se golpeó con una mesa al caer y murió en el acto.

Oigo una exclamación generalizada de mi familia, pero no me giro a mirarlos. Está muerto. Está muerto y las ondas de alivio recorren mi cuerpo. En mi vida me he alegrado por la muerte de alguien, hasta hoy. Y no, no me siento mala persona por ello. Lo siento, pero un monstruo así no merece estar vivo.

—¿Habrá consecuencias para ella? —pregunta Adam a mi lado.

—No, la mujer presenta claras señales de haber sido maltratada previamente. Su propia hija ha declarado haber sufrido malos tratos por parte de su padre desde hace años y, evidentemente, fue en defensa propia, así que no habrá demasiado problema, pero aun así nos gustaría tomar declaración a Emily.

—Apenas puede hablar y está muy nerviosa. ¿Pueden esperar un par de días? Que salga de cuidados intensivos, al menos.

Los agentes asienten y se despiden de nosotros, marchándose con la misma discreción con la que han llegado. En cuanto la puerta se cierra, el alivio me recorre de arriba abajo.

—Esto va a sonar mal, pero me alegro muchísimo de que esté muerto —dice Daniela.

—No suena mal. —Mi madre niega con la cabeza—. No suena mal, cariño. Creo que todos nos sentimos igual.

El asentimiento es general, pero Ethan mueve los brazos, como si intentara soltar tensión.

—Yo tengo que ir al gimnasio a darle patadas a algo, de todas formas. La tensión me tiene de los nervios.

—Ve —le digo sonriendo—. Emily estará bien aquí. Si hay cualquier cambio, yo os aviso.

Mi familia asiente y todos se despiden de mí para volver a sus quehaceres. Todos, menos Adam, que toma asiento de nuevo en el sofá y coge una de las revistas que hay en la mesita auxiliar.

—Adam…

—Me quedo hasta que salga Vic. Luego intentaré llevarla a casa y que duerma.

—De acuerdo —acepto—. Hoy ha entrado mucho mejor. —Mi hermano no contesta y yo suspiro—. ¿Estás bien?

Él se pasa una mano por el pelo, como siempre que está nervioso, y me mira intensamente. Con Adam, todo es desmedido. Puede parecer calmado, pero nada más lejos de la realidad. Siente las cosas con tanta intensidad que se lo traga, porque no quiere preocupar a nadie, pero sé que ahora mismo tiene un universo dentro a punto de estallar.

—No es justo. Es como si la familia tuviera un maldito mal de ojo. Cada vez que alguno de nosotros parece tenerlo todo, algo se jode y acabamos en un hospital, en la prensa rosa o…

—Es la vida, Adam —le digo—. Es una mierda, porque lo es, pero es la vida real. No basta con un “fueron felices y comieron perdices”. —Me siento a su lado y suspiro hondamente—. A menudo he reflexionado sobre esos finales de cuento que siempre nos han vendido. Ya sabes, todo acaba con el primer beso, cuando, en realidad, ahí es dónde empieza. Nadie habla en esos cuentos de los problemas, las crisis, la salud que falla o la posibilidad de que un monstruo dé una paliza a la mujer de tu vida.

Adam guarda silencio un instante y, cuando habla, lo hace sorprendiéndome, porque de todas las preguntas que podía hacerme, ha elegido la única que no esperaba.

—¿Crees de verdad que es la mujer de tu vida? —Lo miro y sonríe—. No me entiendas mal. Me encanta que estéis juntos, pero me sorprende la seguridad con la que lo has dicho.

—¿Por qué?

—No eres muy de hablar de sentimientos.

—Habló el Rey de Roma. —Adam se ríe entre dientes y yo estiro las piernas, apoyando la cabeza momentáneamente en el sofá, cerrando los ojos un segundo. Solo un segundo—. No hay dudas, Adam. Ni una sola. Es la única mujer con la que quiero pasar el resto de mi vida.

La respuesta de Adam me llega amortiguada, como si sonara muy lejos, pero consigo oírla justo antes de caer en un sueño intenso y profundo.

—Lo harás, hermanito. Lo harás.

 

 

Cuando me despierto, sobresaltado y cabreado conmigo mismo por haberme dormido, Adam sigue a mi lado, leyendo en su móvil, y no hay rastro de Vic por ninguna parte.

—¿Cuánto tiempo he dormido? —pregunto desorientado.

—Apenas una hora. —Maldigo y él se ríe—. Tranquilo. Vic salió y, cuando vio el estado en el que estabas, volvió dentro con Emily. Me ha dicho que la avises tú mismo cuando quieras volver.

—Voy. Ella tiene que dormir.

—Tú también lo necesitabas. —Suspira y se pone de pie, estirándose—. Además, ahora tendré más motivos para convencerla de que ha estado mucho tiempo con su hermana y es hora de ir a casa y descansar. Volveremos a la tarde, seguramente.

Asiento mientras me restriego los ojos y palmeo su hombro.

—Te veo luego, hermano.

—Oye, Junior, si necesitas descansar, que te sustituya alguien para ducharte o, simplemente, dar una vuelta, avisa, ¿vale? Pide ayuda.

Lo miro atentamente y sé que en sus palabras hay mucho más de lo que parece a simple vista. No estoy acostumbrado a pedir ayuda. En algún momento de mi vida di por hecho que tenía que lidiar con mis propios problemas por mi cuenta y fui consecuente con ello, pero esta vez es distinto. Es mi hermano pequeño el que me está recordando que no siempre tengo que llevar el peso de mis problemas solo y unilateralmente. Que la familia está precisamente para ayudar a soportar la carga, así que asiento y sonrío, agradecido.

Al entrar en la habitación de Emily me sorprende el ruido que hay. Me doy cuenta de que Vic le ha puesto en el móvil una de esas pelis románticas que tanto le gustan y la comenta mientras ambas la ven.

—Tú no lo ves, porque tienes un ojo de vacaciones, pero, hermanita, ese es el vestido más feo que he visto en mi vida. Más feo que el salmón, mira lo que te digo. —Emily intenta evitar la risa, pero le resulta imposible, lo que la lleva a quejarse y, a Vic, a maldecir—. Joder, lo siento. Prometo dejar de ser graciosa. —De nuevo Emily se ríe y, de nuevo, Vic maldice justo antes de oír mi propia risa y mirarme—. Llevo cagándola así horas, JR. Menos mal que has venido.

Vuelvo a reír entre dientes, me acerco y tiro de la punta de su coleta.

—Está bien, creo que a Emily le viene genial sonreír, aunque duela. —La miro y me percato de su mirada fija en mí—. ¿Qué dices, Corleone? ¿Tomo el relevo con tu hermana y me quedo aquí contigo?

Asiente de inmediato, aunque el gesto de dolor de su cara no me pasa inadvertido. Vic se levanta, me abraza brevemente y se despide de nosotros.

—Volveré a la tarde, si es que puedes colarme.

Asiento y, cuando la puerta se cierra, tomo asiento junto a Emily y beso su mano antes de sacar mi propio móvil del bolsillo.

—¿Quieres ver la peli por donde se ha quedado?

Ella asiente y yo se la pongo, apoyando el teléfono en la mesa para comer y acoplándome en el sillón junto a ella. El problema es que el cansancio vuelve a vencerme, una hora de sueño no ha sido suficiente y, aunque lo intento, acabo dormitando en el sillón. Intento no hacerlo, pero al final la propia Emily me pide que me vaya a casa.

—No, ni hablar. Me quedo aquí contigo.

—Entonces duerme y no despiertes más —dice con trabajo—. En serio, Oli. Duerme.

No quiero hacerle caso, quiero estar aquí, con ella, pero la propia Emily pasa ratos adormecida y, al final, dejo que una nueva película nos acompañe a ambos mientras descansamos. Todavía no le he dicho que el padre de Brittany ha muerto. No sé si es buen momento. No sé cuándo es buen momento, pero sé que me alegrará infinitamente darle esa noticia.  Pienso brevemente en los León y en que será un alivio decirles que no tienen que buscar al agresor por toda la ciudad para arrancarle la cabeza. Que haya sido su mujer la que lo ha matado, al final, está resultando ser todo un acierto.

Dios, es tan cínico pensar así que me siento mal, pero luego pienso en las palabras de los agentes y en lo que Emily me contó hace días, cuando me habló de la marca que le había visto a Brittany en el cuello. Me imagino al monstruo que le ha hecho esto a Emily conviviendo con su mujer y su hija y sometiéndolas a algo parecido. Tener que vivir con él durante años ha debido ser… No tengo palabras para describir semejante situación. Vuelvo a alegrarme de que esté muerto, pero esta vez no me siento cínico. Esta vez, solo puedo sentir que hoy el mundo cuenta con un monstruo menos.

Las horas pasan lentas cuando no haces nada, pero cuando, además, estás en un hospital con un ser querido que se recupera lentamente y sin hablar mucho, son eternas. La tarde es un poco más amena porque Vic viene a visitarla y me da conversación, pero la noche es larga y, al día siguiente, tengo la espalda destrozada. Aun así, cuando Emily me vuelve a pedir que me vaya a casa me niego. No pienso volver a esa casa hasta que ella venga conmigo y me da igual lo que me diga todo el mundo.

—Vas a tener suerte —dice Marie después de revisar el estado de Emily—. Me han comentado que hoy quieren subir a Emily a planta. Por fin podrás descansar como es debido.

Sonrío, porque en planta, en la habitación privada que tendrá, hay un sofá mullido que podré usar, además de baño propio y un televisor, que es algo que no tenemos aquí. Emily tendrá que estar en el hospital entre dos y tres semanas y yo no puedo coger tantos días libres, así que es un alivio saber que, al menos, dormiré en un lugar más o menos cómodo.

—Es absurdo. Tienes que ir a casa. No puedes pasarte los días trabajando aquí y luego durmiendo conmigo —dice ella entre quejidos y respiración entrecortada.

—Por supuesto que puedo. No tengo nada mejor que hacer. Además, no quiero que estés sola y te aburras.

Emily sonríe, niega con la cabeza y deja el tema de lado, porque sabe que no ganará en esto.

Un par de horas después, según lo previsto, la trasladan a planta, con la celebración que eso implica para toda mi familia, que viene a verla con globos, flores y chuches de incógnito de parte de Daniela.

—Menos mal que te han dejado los dientes intactos.

Miro a mi hermana mal porque, vamos a ver, las pocas luces, pero Emily se ríe, así que supongo que esa era la misión desde el principio.

La mañana es ajetreada, Emily adora a mi familia, pero cuando se marchan, me deja ver lo mucho que la han agotado.

—Dios, necesitaba un poco de silencio.

Sonrío, beso su cabeza, entendiéndola a la perfección, y justo cuando estoy a punto de prometerle que el resto del día será tranquilo, la puerta se abre y Diego Corleone, Julieta León y sus hijos pequeños, Mérida y Edu, entran como una manada de elefantes en una cacharrería.

Bien, pues en esta habitación hoy habrá de todo, menos tranquilidad.