Emily
La mañana siguiente a mi pelea, reconciliación y tremenda sesión de sexo con Oliver entro en clase como si fuera la reina del mundo, lo reconozco. ¡Pero es que me siento así! Como si flotara en una maldita nube de felicidad. Y no es como si todo fuera perfecto: estar lejos de Sin Mar me pesa, aunque no lo diga en alto para que el pensamiento no cobre fuerza, pero el modo en que he aprendido a sentirme aquí poco a poco… es increíble. Antes, las pocas veces que vine de vacaciones a ver a los Lendbeck-Acosta, siempre me sentía como si Los Ángeles fuera una ciudad extraña, enorme y a la que acudir unas vacaciones para ver a la familia. La ciudad de las estrellas y algunos seres queridos. Ahora es distinto. Me siento parte de aquí y puedo ver todos los motivos por los que Vic es feliz, pese a la lejanía de nuestra familia, que le pesa y mucho. Equilibrio. La cuestión está en el equilibrio. Echar de menos aquello sin permitir que sea un impedimento para vivir esto. Claro que ahora lo afirmo muy segura porque hoy todavía no he hablado con mis padres. Normalmente lo hago por la tarde, por el cambio horario y porque mi ánimo decae tanto al verlos en pantalla y no poder tocarlos que necesito mimos interminables de Oli. Por fortuna, es un hombre que parece no cansarse de darlos.
Me siento en mi silla y le mando un mensaje mientras llega el profesor.
Emily:
Esta mañana ni me enteré cuando
te fuiste, alguien me dejó
agotada anoche, pero espero que
no te olvidaras de darme un beso
de despedida.
Su respuesta no llega porque ni siquiera está conectado. Lo imagino en el hospital, con su uniforme, dejando fuera de aquellas paredes todo lo emocional para poder concentrarse en salvar vidas. Me muerdo el labio de forma inconsciente, Dios, la imagen de Oli vestido de médico ha cobrado un nuevo sentido para mí y es… interesante. Voy a decir interesante, porque decir lo que realmente pienso me hará quedar como una salida.
Mis pensamientos se interrumpen cuando veo llegar a Brittany apresuradamente. Por fortuna el profesor se está retrasando hoy, pero aun así ella tiene el rictus serio. Triste, diría. Y para su mala suerte, la única silla que queda libre está delante de mí. La mirada que me dedica mientras se sienta es tan fría que, en otras circunstancias, ni siquiera saludaría, pero le tiemblan las manos y sus hombros tienen una tensión tan evidente que no puedo controlarme.
—¿Estás bien?
Su mirada de odio me tensa. Dios, vale, nunca seremos mejores amigas, ¿pero tan difícil es tener un trato cordial? A nuestro alrededor varios chicos y chicas nos miran sorprendidos. No me extraña, quitando el momento que tuvimos en el baño hace unos días, jamás hemos tenido una conversación.
—¿Por qué no debería estarlo? —Guardo silencio, porque decir que reconozco un moretón maquillado al verlo es pasarme—. Dedícate a lo tuyo y no me dirijas la palabra.
Observo fijamente su pómulo. Tiene un hematoma. Puede que su tez sea morena y el maquillaje haga milagros, en apariencia, pero sé cuando una mujer lleva demasiada base puesta. Ella se da cuenta de mi escrutinio y mira al frente, pero sus hombros siguen tan tensos como el acero.
Debería alejarme de su situación, sea la que sea. No es de mi incumbencia, pero cuando el profesor llega dando la noticia de que vamos a hacer un trabajo por equipos mi mente se pone a trabajar y reconozco el instante en que la locura se apodera de mí. Viene una julietada tan grande que incluso yo lo distingo. Veo el modo en que voy a estrellarme contra una pared de hormigón, pero, por alguna razón, no paro. Cuando el profesor pide equipos de dos personas alzo la mano y, por obra del destino, que está tan colgado como yo, me dan la palabra la primera.
—Brittany y yo lo haremos juntas.
El profesor eleva la ceja, lo que me hace ser consciente de hasta qué punto se ha hecho eco todo el mundo de nuestra enemistad. Bueno, más que enemistad, yo diría que se han hecho eco de que Brittany me odia sin un motivo concreto y, al mismo tiempo, por muchos. Es un sinsentido todo, incluida esta acción mía. Me doy cuenta por el modo en que Brittany se gira a mirarme y fusilarme con la mirada.
—Ni lo sueñes.
—Creo que es una gran idea, señorita Corleone. Quizá así aprendan a relajar la tensión de esta clase un poco.
Algunas risas resuenan en el aula y a mí, por un momento, me puede el bochorno. Esta clase está llena de gente y hemos conseguido ser famosas por lo mal que nos llevamos en menos de tres meses. No dice mucho de nosotras como futuras psicólogas especializadas. Quizá por eso sea tan buena idea que lo hagamos. Puedo hacer un trabajo con una persona que no me soporta y salir indemne.
Dios, el buen sexo me da una dosis exagerada de positivismo, según veo.
No debo ser la única que lo piensa. Cuando la clase acaba veo el modo en que nos miran nuestros compañeros. Están entre la expectación y la sorpresa. No me extrañaría nada que empiecen a apostar hoy mismo cuánto tiempo tardará Brittany en colgarme de la primera palmera que encuentre.
Ella se ha mantenido inusualmente callada todo este tiempo, así que, al acabar, cuando la veo recoger, me pongo a su lado y carraspeo. Sigue sin mirarme. Bien, no esperaba que fuera fácil.
—¿Cuándo te viene bien quedar para empezar a plantear el trabajo?
Brittany suspira, se frota la frente como si no pudiera creerse que está en una situación como esta y, por fin, me mira. Hay tal odio en sus ojos que doy un paso atrás.
—¿Esta es tu forma de hacerme pagar por decir un par de tonterías sobre ti?
—Yo no llamaría tonterías a acosarme durante semanas, pero, de todas formas, no es eso lo que pretendo.
—Vuelve a llamarme acosadora y verás lo que es sufrir mi odio de verdad.
—Brittany, tenemos que hacer esto juntas.
—Porque tú te has empeñado en que nuestro sufrimiento se alargue sin motivo alguno teniendo que pasar tiempo juntas. Escúchame bien, Emily, no tengo la mínima intención de pasar contigo un solo minuto de mi vida. Dame tu número, partiremos el temario y las cosas que hacer en dos y cada una hará lo suyo. Lo uniremos el día de la exposición y…
—No, ni hablar. No es así como tenemos que trabajar. Podemos hacerlo juntas, Brittany. No entiendo tanto odio.
—¡Que no es odio! Es, simplemente, que no me caes bien. No te aguanto, entiéndelo de una vez.
Debería hacerlo. En realidad, ella a mí tampoco me cae particularmente bien, pero ese pómulo… No. No puedo. Y ya está. Aunque suponga un problema y aunque me odie más. Brittany necesita ayuda de algún tipo, aunque no tenga claro cuál, pero sé que quiero ayudarla. Quizá, si consigo que su situación mejore, nuestra relación pueda hacerlo también. Me mordisqueo el labio. Creo que esta es la sangre de mi tía Amelia que corre por mis venas. A veces se hincha y predomina más que el resto de mi personalidad. Dios, soy un combo de rasgos genéticos y todos implican algún tipo de peligro. Menuda lotería soy.
—Si me dices donde vives puedo…
—¡Antes muerta que decirte a ti dónde vivo! —Se ríe y recoge sus libros—. Mira, piensa en partir el trabajo, porque es eso o suspender.
—No voy a partirlo. —Soy consciente de la preocupación que tiñe sus ojos y no debería aprovecharme de ello. Es evidente que le preocupa suspender mucho más de lo que admite, así que me aprovecho, aunque me sepa mal hacerlo—. O juntas, o nada.
Un gruñido sale de su garganta antes de largarse sin darme una respuesta. Creo que he ganado, aunque sea acorralándola contra las cuerdas. Estoy segura de que cuando le cuente esto a mi hermana me preguntará, muy seria, qué coño creo que he ganado, y lo peor es que no sé bien qué respuesta darle, pero el caso es que Brittany y yo haremos un trabajo juntas y pasarán dos cosas: que seamos capaces de lograrlo y mantener una relación cordial, o que nos acabemos tirando de los pelos literalmente. Pienso en mi pelo y lo mucho que le gusta a Oli. No, eso sería una pena. Una verdadera pena. Me encanta cuando enreda sus dedos en él y…
Uy, no debería pensar eso ahora.
—Yo sé dónde vive.
Miro a mi lado, sorprendida. Ted, un chico bastante majo que a veces me habla de los videojuegos que le gustan, me sonríe ampliamente, como si estuviera a punto de darme el mejor regalo del mundo.
—¿Qué?
—Sé dónde vive Brittany.
—¿En serio?
—Sí.
—¡Eso es genial! ¿Me puedes dar la dirección?
—Puedo, siempre que tú me des algo a cambio. —Frunzo el ceño y veo el modo en que se encienden sus mejillas—. Quiero un beso.
La boca se me abre tanto que me duele la mandíbula. Lo único que le libra de que lo mande al mismísimo infierno es el modo en que se ha ruborizado. Dios, no es mala persona, ni chantajista como tal, solo es un pobre diablo queriendo un beso. Por supuesto, no voy a dárselo, pero no quiere decir que no me dé un poco de pena.
—Ted, está muy feo pedirle a una chica un beso a cambio de un favor. Eres un poco mejor que eso, ¿no crees?
Sus orejas se están poniendo rojas. Como siga así, va a necesitar aftersun para tanto calor.
—Lo siento, pensé que funcionaría.
—Ya, bueno, vamos a dejarlo.
Salgo de clase pensando en la cara que pondrá Oliver cuando sepa esto. No es que quiera reírme de Ted, pero no me había pasado algo así nunca y, oye, no está de más recordarle que, mientras él tiene mi boca gratis, hay por ahí chicos que pagarían por tenerla momentáneamente. Me río de mi propia tontería y, cuando voy por el pasillo, Ted vuelve a pararme. Lo miro elevando una ceja, pero extiende un papel en mi dirección.
—Es su dirección.
—¿Estás seguro? —pregunto.
—Sí, la seguí una vez para ver dónde vivía.
Lo miro con la boca abierta mientras se aleja. Vale. Quizá Ted no es tan inocente después de todo. Seguir a una chica hasta su casa es raro y da miedo, pero, aun así, desdoblo el papel y constato que, en efecto, se trata de una dirección.
La guardo en mi bolsillo trasero y decido ir esta tarde. Quizá en un ambiente más íntimo pueda entrar en razón. De momento vuelo hacia mi siguiente clase y ya no paro hasta la hora de comer, cuando descubro un mensaje de Oliver.
Oliver:
Te di dos. El tercero no lo di
porque, si te tocaba, no iba a
conformarme solo con un beso.
Día infernal. Deseando llegar a
casa y… Estudia mucho.
Me río, le respondo describiendo de manera muy explícita lo que quiero hacer esta noche y me guardo el móvil para comerme la ensalada. A lo lejos, Brittany se ríe de mí junto a sus amigas. Nada nuevo bajo el sol. Lo que no comprendo es de dónde viene la satisfacción insana que siento al saber que esta tarde me plantaré en su casa de sorpresa.
Y aquí está de nuevo el planteamiento que más me he hecho a lo largo de mi vida: ¿Cómo es posible que la psicología sea mi vida cuando es evidente que yo misma no funciono con normalidad? No lo digo en voz alta, pero algo raro tiene que haber en mí para que sienta esta imperiosa necesidad de ayudar a personas que no lo piden y, además, me odian. Suspiro, me acabo la ensalada y vuelo hacia la oficina con Vic y Daniela, donde me entretengo trabajando y hablando, ahora sí, del vestido salmón que llevaré en la boda de mi hermana. Es feo. Entiendo que su gusto por la moda es distinto al de Emma y han querido hacer algo entre dos aguas, pero es que voy a parecer una gamba de gala, por mucho que digan que no.
Aun así, no protesto ni una sola vez, porque lo importante es que ellas sean felices. Cuando las imagino en el altar junto a Óscar y Adam siento tantas ganas de llorar de emoción que tengo que cambiar el pensamiento. Es entonces cuando me pongo a pensar en la cara que pondrá mi padre al saber que Oliver y yo…
Uy, no, mala idea pensar eso ahora. Solo consigue ponerme nerviosa. Acabo mis tareas y miro la hora. Con suerte, Oli podrá venir a casa a tiempo de cenar, pero para eso aún falta, así que me da tiempo de sobra a ir a casa de Brittany. Cojo un taxi y, al llegar, me encuentro frente a un edificio que, en realidad, está muy céntrico. No sé por qué me sorprende eso, pero me sorprende.
Informo al portero de que he quedado con Brittany para estudiar y este, sorprendentemente, me deja pasar sin hacer demasiadas preguntas. Toco el timbre de la puerta y espero impaciente que me abran.
Lo hace Brittany, por fortuna, pero lo que ocurre a continuación me deja con la boca abierta. Lejos de vociferar y reclamarme haberme presentado en su casa sin previo aviso, encoge tanto los hombros que frunzo el ceño.
—¿Qué haces aquí?
—Tenemos que hablar del trabajo.
—Tienes que irte.
—Brittany, escucha…
—Por favor, Emily, vete. Lárgate de aquí. —Sus ojos se llenan de lágrimas repentinas que me dejan petrificada—. Tienes que irte, ¿entiendes? —susurra con voz temblorosa—. Vete.
—Brittany…
—¿Quién es? —grita alguien desde el interior.
Es una voz masculina, grave y que da miedo. Da mucho miedo, porque suena enfadado. Doy un paso atrás instintivamente y Brittany me insta con la mirada a irme tan rápido como pueda.
—¡Nadie! —grita.
—¿Nadie? ¿Y cómo ha conseguido nadie llamar al timbre?
Unos pasos se acercan a la puerta y, aunque lo intento, las piernas no me funcionan. Quiero irme, pero soy incapaz. Las alarmas estallan en mi interior. Su pómulo golpeado, el moretón del otro día y el modo en que reserva su vida personal solo para ella. Dios, quiero irme de aquí. De verdad que sí, pero cuando por fin consigo dar un paso atrás, un hombre de aspecto fornido y grande como un armario aparece en el umbral de la puerta y me mira de arriba abajo. Viste un traje de corte caro; reconozco el aspecto que tienen, pero eso no le resta ni un ápice de peligrosidad.
—¿Quién eres tú?
Trago saliva. No ha sido una pregunta amable. Una vez, cuando tenía seis años, mi hermana Vic y yo fuimos a la casa de la única vecina de Sin Mar que no participaba nunca en las yincanas, ni barbacoas de comunidad. Era mayor, muy malhumorada y no se hablaba con nadie. Intentamos que nos comprara galletas para el colegio y solo conseguimos que nos echara de allí con gritos y amenazas. Pasamos mucho miedo, pero aquello ni siquiera se acercaba a lo que siento ahora. Este hombre tiene unas manos enormes que, intuyo, no duda en estampar contra quien ose llevarle la contraria. Para muestra solo tengo que mirar a Brittany, que ahora mismo es el pánico hecho persona. Esta chica dista tanto de la que se pasea por el campus que, por un momento, me pregunto si no serán dos personas distintas.
—¿Eres sorda, cielo? —Da un paso hacia mí, y yo doy uno más hacia atrás.
—Papá, por favor… —susurra Brittany.
¿Es su padre? ¿Qué clase de padre se comporta así? Pienso en mi propio padre, serio y lleno de músculos que curte con entrenamiento, sí, pero no da miedo. No en este sentido. Nunca en este sentido.
—Quisiera hablar con Brittany sobre un trabajo del máster que estudiamos juntas, si no es mucha molestia.
No sé cómo me salen las palabras, pero lo hacen, y ni siquiera suenan tan temblorosas como yo me siento. El hombre está a punto de hablar, pero entonces aparece alguien más en la puerta. Es una mujer de la misma edad que mi madre, a juzgar por su apariencia, pero tiene unas ojeras tan profundas y está tan demacrada que podría perfectamente ser más joven y estar, simplemente, en la ola del sufrimiento de su vida. Y lo peor es que su mirada refleja el mismo pánico que la mirada de Brittany.
—¿Que máster? —pregunta el hombre girándose hacia ella—. ¿De qué habla?
—Nada, papá. No la conozco. No la he visto en mi vida.
Trago saliva. Diría que Brittany me está vendiendo, pero intuyo que, más que eso, intenta todo lo contrario. Protegerme con algún tipo de mentira. Quiero que mi mente vaya tan rápida como mi respiración, pero no lo consigo y me odio por ello. Sobre todo cuando la mano del hombre vuela hacia el cuello de su hija y lo rodea con fuerza, alzándola y colocándola de puntillas.
—¿Te crees que soy imbécil, Brittany? Sé muy bien que no estás yendo a trabajar por las mañanas. —La suelta, pero lo hace de un modo tan brusco que se clava la espalda en la jamba de la puerta—. Así que un máster, ¿eh?
Se ríe, pero es una risa tan desagradable que, si no tuviera los pelos de punta ya, se me pondrían inmediatamente.
—Papá, escucha…
No escucha. La coge del brazo y la empuja hacia el interior con tanta fuerza que me sobresalto.
—Rich, por favor —susurra la mujer.
—¡Tú te callas! —grita justo antes de darle una bofetada que me hiela la sangre.
—¡No la toque! —exclamo por inercia.
Me arrepiento. Juro que me arrepiento en el instante en que posa su mirada ida en mí. Ni siquiera parece humano. Es un animal en busca de una presa y, al parecer, acabo de convertirme en su objetivo.
Quiero correr. Quiero gritar y salir de aquí tan rápido como pueda. Volver a casa con Oliver, meterme entre sus brazos y acogerme a la seguridad que me da con solo respirar cerca de mí, pero no puedo hacerlo porque el padre de Brittany me ha alcanzado en dos zancadas. Me mete en casa sin que tenga tiempo de reaccionar. Si lo hiciera, podría aplicar algunas de las llaves que Erin, mi Buba, se ha empeñado en enseñarnos a lo largo de nuestras vidas. Después de sufrir abusos de todo tipo en su infancia, tanto ella como Marco, mi Babu, insistieron en que todos los niños de la familia aprendieran defensa y artes marciales. Sé cómo librarme de su agarre, el problema no es ese. El problema es el pánico que atenaza mi garganta y me impide realizar cualquier movimiento.
¿Qué me pasa? Dios, tengo una voz de alarma en mi interior gritándome todo tipo de insultos para que haga algo de una maldita vez, pero el padre de Brittany me estampa contra la baranda de una escalera y rodea mi cuello con su mano. Duele. Duele tanto que intento gritar, pero de mi garganta no sale nada, salvo un quejido agonizante.
—¡Papá, por favor! —grita Britanny—. ¡Ella no ha hecho nada! ¡Suéltala!
—Rich, te lo suplico —llora su madre.
—Sois un par de zorras mentirosas —dice él mirándolas, pero sin soltarme—. ¿Qué pensabais? ¿Eh? ¿Engañarme? ¡A mí nadie me engaña!
Su grito hiela mi sangre y mi capacidad de raciocinio queda nublada por el miedo, igual que mi cuerpo. Solo quiero irme a casa. Solo puedo pensar en mi familia y en Oliver en bucle. Una y otra vez. Esperándome, sin tener ni idea de dónde me he metido. Pensando que estoy en casa estudiando.
Casa.
Dios.
Quiero volver a casa.
—Por favor… —consigo suplicar.
El padre de Brittany me mira y en el iris de sus ojos encuentro todas las respuestas, aunque no me gusten. Aunque las odie. Aunque el miedo me quiera impedir verlo.
No voy a salir bien parada de aquí.
***
No digáis que no avisé…
¡Os espero en insta! 🙂