Capítulo 17

by Cherry Chic

Bajo las escaleras detrás de Oliver con la cabeza martilleándome de frases autocríticas y, en su mayoría, crueles. Mi voz interior cuerda y serena me atormenta desde que toda esta absurda discusión empezó. No me extraña, porque es algo que suele ocurrirme con frecuencia. De pequeña, cuando hacíamos alguna trastada y nos castigaban, Vic se limitaba a esperar que pasara el tiempo y el enfado de nuestros padres menguara, pero yo iba más allá. No dormía bien, me dolía el estómago durante horas y, a veces, llegaba a vomitar de puros nervios y arrepentimiento. Una vez, cuando intenté explicarle a mis hermanos cómo me sentía, les dije que era como si Chucky y un ángel convivieran dentro de mí. En algunos momentos ganaba Chucky y disfrutaba un montón de cada cosa que hacía, pero luego el ángel me atormentaba hasta dejarme prácticamente sin respiración a causa de la mala conciencia. Era un ángel un tanto cabrón, todo hay que decirlo.

Incluso mi madre me aseguró una vez que tenía que intentar luchar contra estos sentimientos. Tampoco es como si hiciera cosas insalvables. No hago daño a nadie, o procuro no hacerlo. Me rijo por esa ley no escrita de que todo lo bueno que hagas se te devuelve multiplicado, pero a veces… A veces necesito salirme de la norma, y eso también está bien. Creo que eso es lo que tengo que entender de una vez por todas. Está bien que me presente sin apenas ropa en una fiesta atestada de gente y bese a Oli delante de todo el mundo, sin previo aviso. Está bien. Soy una mujer soltera, libre y perfectamente capaz de hacerle ver a un hombre lo mucho que me gusta. El problema es que, una vez pasado todo, aun habiendo salido bien, no consigo librarme de la sensación de que he hecho el ridículo, y cuando Oli se empeñó en mantener una conversación al respecto, me reforcé en esa idea y hui. Para ser sincera, no tenía ningún interés en salir de mi habitación hasta mañana, pero, seamos serios: ¿Cómo iba a resistirme a estas fotos de Oliver? ¡Ha posado a cuatro patas sobre el jacuzzi y con el estetoscopio colgando del cuello! Esto, en el grupo familiar, es munición para toda una vida. Jamás lo publicaría ahí, por supuesto, pero que haya tenido la confianza suficiente como para enviarme algo así demuestra algo importante y lo mínimo que puedo hacer es sentarme y tener una charla de cinco minutos. Luego podré seguir torturándome en silencio tanto como quiera.

Me siento en el sofá y observo el modo en que Oliver sube las escaleras con el ceño fruncido. ¿Y ahora? Él baja al cabo de un segundo, con mi camiseta, que en realidad es suya; esa que uso para dormir, y un pantalón de chándal corto que también suelo ponerme cuando estoy por casa. Me lo pone en el regazo y se sienta a mi lado, mirándome intensamente.

—Una de las primeras veces que me empalmé contigo llevabas eso puesto. Una camiseta de hombre y un pantalón de chándal.

Lo miro con la boca abierta.

—Oli, ¿qué…?

—Quiero que esta conversación parta de la premisa de que puedes ponérmela dura hasta vistiendo una bolsa de basura.

Vale. Corrijo. Ahora sí que tengo la boca abierta. Él sonríe con cierta arrogancia y yo siento las mismas ganas de tirarle una zapatilla que de tirarme a sus brazos. Dios, tengo un problema enorme.

—Fue un impulso —admito—. Un impulso que duró un tiempo, de acuerdo, pero un impulso, al fin y al cabo. Cuando vi el disfraz en la tienda yo… —Lo miro, decidiendo brevemente si de verdad quiero sincerarme al cien por cien, pero se trata de Oliver. Las mentiras no tienen cabida aquí, me guste o no, así que sigo adelante. Es la única manera de intentar solucionar esto—. Solo quería que no fueras capaz de mantener las manos quietas. Que dieras el paso tú y te lanzaras, si es que te gustaba, pero luego llegué a la fiesta, tú me miraste como si fuera una aparición y me puse tan nerviosa que la única salida que vi fue besarte.

—Y no me verás quejarme por eso.

—¡Pero tenías que ser tú quien lo hiciera! Tenías que ser tú quien perdiera la cabeza y no pudiera controlarse y…

—¿Por qué? —pregunta entonces—. ¿Por qué se da por hecho que son los hombres los que siempre tienen que hacer ese tipo de actos impulsivos? Sabías lo que querías, fuiste a por ello y yo, como beneficiario, me alegro como no te imaginas. Tardé medio segundo en reaccionar y traerte a casa, Emily. Medio puto segundo. No puedes pensar de verdad que yo no quería esto.

—Es un disfraz increíble. Convencería al más pintado de…

—El disfraz es increíble porque lo llevabas tú, pequeña. De haberlo llevado cualquier otra mujer en la fiesta, lo habría mirado, pero no del mismo modo. —Oliver se acerca y pasa la yema de sus dedos por mis muslos—. Lo primero que tienes que entender es que llevo ya mucho tiempo acelerándome cada vez que te pones uno de esos pantalones cortos.

—¿En serio? —pregunto titubeante—. Porque si es en serio, voy a admitir que he hecho cosas indecentes en mi cama pensando en ti, pero solo si tú lo dices en serio.

Su risa es entrecortada, como si intentara no soltarla para no meter la pata, pero no me sienta mal. ¡No podría! Lo cierto es que me estoy comportando como una niña pequeña y los dos lo sabemos, solo que él tiene la decencia de no reírse de mí.

Cuando Oli se acerca más en el sofá, sentándose de lado y metiendo una pierna bajo su trasero, en un gesto informal, mi pulso se acelera. Está cerca. Está muy cerca. Y entonces, su boca se acerca a mi oído tanto que su nariz roza mi pelo.

—Me la has puesto dura tantas veces que mis duchas se han convertido en un ritual de relajación completo que no acaba hasta que no me corro imaginando que estás conmigo, pequeña. —Su voz ronca y profunda eriza cada poro de mi piel. Se cuela en mi sistema de tal modo que solo puedo jadear y cerrar los ojos, lo que hace que Oliver disfrute como nunca, porque siento perfectamente el modo en que sonríe contra mi oreja—. Ahora mismo estoy listo para otra ronda, Emily. Solo tienes que tocarme y comprobarlo.

Doy un respingo, lo que solo provoca una sonrisa egocéntrica en él. Maldito sabelotodo. Se separa de mí con una mirada tan profunda y abrasadora que tengo que cerrar las manos en puños para no abalanzarme sobre su cuerpo. Sigue en bóxer, lo que dificulta mucho mis planes de portarme bien y no hacer otra de las mías. El problema es que esos abdominales… Vamos a ver, nadie podría culparme de cometer un crimen en nombre de esos malditos abdominales.

Mis ojos se desvían irremediablemente hacia ese punto, y un poco más abajo. Dios, sí, está listo. Ahogo un gemido, pero Oliver solo sonríe más.

—¿Y bien? —Doy un respingo con sus palabras, lo que hace que su sonrisa se convierta en una pequeña risa sonora—. Está bien, pequeña. Solo lo haremos cuando estés lista…

—Entonces ¿quieres repetir conmigo?

Oliver me mira como si fuera de otro mundo. Se relame los labios y toma un gran suspiro antes de hablar.

—Vale, voy a decir esto con las palabras más claras que encuentre, así que perdóname si sueno un tanto brusco. —Asiento, deseando y, al mismo tiempo, temiendo sus palabras—. No quería tener una relación ahora. No estoy en un momento profesional en el que pueda invertir horas en conocer a alguien. Tampoco me interesa. —Hace una pausa y lo miro. Lo conozco bien, de toda una vida, por eso sé que está pensando si decir algo o no.

—Solo dilo —susurro—. Lánzalo, sea lo que sea.

Él se rasca la nuca, indeciso, pero al final asiente y comienza a hablar de nuevo.

—Cuando tenías dieciocho años me hice una paja pensando en ti. —Doy un respingo, pero esta vez él no se ríe. Tiene la mirada perdida en el infinito, como si estuviera observando directamente sus recuerdos—. Era vuestro primer verano siendo mayores de edad en el camping, salimos de fiesta todos juntos y… yo que sé. Durante un tiempo me dije que fue cosa de tu vestido, pero tu hermana llevaba uno mucho más provocativo y no me la hice pensando en ella. Fue en ti, Emily. Te miré durante toda la noche y me sentí mal cada segundo que pensé que ojalá pudiera follarte al acabar la fiesta. Porque lo pensé. Después me convencí de que había sido la bebida, pero no fue así. Eras tú. Tenías ese efecto en mí. Despertabas deseos… oscuros. —Se pasa el pulgar por el labio—. Eso suena fatal. Lo que quiero decir es que… —Se para de nuevo y suspira—. Siempre te he visto, Emily. Siempre. Me he dicho un millón de veces que no podía ser, que era demasiado mayor para ti, pero, joder, solo nos llevamos seis años. Creo que he intentado convencerme de que no podía ser solo porque sabía que, cuando diera el paso, no podría volver atrás. —Me mira, por fin, y la intensidad que veo en sus ojos me desarma mucho más que cualquier foto sexy que pueda enviar—. Sabía que, si cedía en algún momento al deseo que sentía, no podría dejar de pensar en repetir una y otra vez. No bastaría con tener un desliz de una noche. Contigo, nunca bastaría solo una vez. No voy a decirte que lleve enamorado de ti años, como le pasó a Adam aun sin saberlo. Yo te deseé aquella noche con una fuerza que me carcomió y luego me obligué a no pensar en ti de ese modo. Simplemente rechacé el pensamiento una y otra vez hasta que me acostumbré a vivir así. Hasta que el pensamiento dejó de llegar, como si mi mente se hubiera rendido. Pero luego viniste a vivir conmigo y todo tomó forma de nuevo, solo que con más magnitud. Más intenso. Más… más todo.

—Y, aun así, no me dijiste nada de esto. —Intento que mi voz no suene herida, pero no me sale del todo bien—. Han pasado cinco años desde ese verano —susurro.

—Lo sé. Soy muy consciente.

Se muerde el labio inferior pensando, pero el gesto despierta algo primitivo en mí.

—¿Qué ha cambiado?

—Estás aquí —dice sin pensar—. Estás aquí, en Los Ángeles. Vivimos juntos. Eres una mujer adulta y preciosa y… —Niega con la cabeza—. No lo sé. En algún punto entre llegar a Los Ángeles y proponerte vivir en esta casa dejó de ser fácil rechazar a mi mente. Los pensamientos volvieron con más fuerza que nunca y el deseo… El deseo me lleva carcomiendo prácticamente desde la primera noche que dormiste aquí. Era cuestión de tiempo que me lanzara, Emily —susurra—. Y, aun así, no cambio por nada el modo en que ha sucedido todo. Esa entrada en la fiesta… —Guarda silencio mientras yo me ruborizo, pero él sonríe lentamente y suena tan seguro de sí mismo que no puedo evitar que mi pulso se acelere—. Recordaré esa jodida entrada durante toda mi vida. Me acompañará en muchas pajas, probablemente.

—Dios… —cierro los ojos y él se ríe.

—Sinceridad, ante todo. Pequeña, joder, ha sido increíble.

—¿La entrada, o lo que ha venido después?

—Todo. —Sus ojos se abren y se clavan en mí con intensidad—. Quiero repetirlo, Emily. Una y otra vez. Quiero hacértelo en cada rincón de esta casa, y que me lo hagas tú a mí. Y cuando lo hayamos hecho todo, quiero que lo repitamos hasta que… —Frunce el ceño—. Diría que hasta que ninguno de los dos pueda más, pero creo que contigo siempre querré más, incluso sin poder.

Sus palabras me abruman. Pienso en aquel verano, en el que no noté nada diferente. Mi historia no es como la de Vic, que pasó prácticamente toda nuestra infancia enamorada de Adam. No. Yo nunca pensé en Oliver de ese modo porque siempre lo vi inalcanzable. Él jugaba en otra liga. Iba con otro tipo de mujeres. Las pocas relaciones que se le han conocido han sido serias y estiradas. Y, aun así, él nunca las presentó como sus novias, lo que me lleva a preguntarme si alguna vez ha tenido una relación seria más allá de algún rollo.

—Suelta lo que sea, Emily. Es el momento.

—¿Ahora o nunca? —pregunto un tanto sarcástica—. Si no lo pregunto ahora, ¿no responderás más adelante?

—Claro que sí, pero no quiero que te quedes con dudas en el tintero antes de quitarte esa ropa.

—¿Das por hecho que voy a quitarme esta ropa?

—Oh, sí. A no ser que quieras follar con ella puesta. No tengo inconveniente, tampoco, pero me gustaría más poder tocarte y morderte a placer. —Ahogo un gemido, mal que me pese, y su sonrisa se amplía—. ¿Y bien?

—Eres un creído de mierda. Esa es una de las razones por las que debería decirte que no a todo. Cerrarte esa boca de egocéntrico y… —Su risa se dispara y me enfado aún más—. ¡Oliver!

—Solo intento entender por qué estás molestándote. ¿Porque no me he abalanzado primero o porque ahora sí estoy diciéndote claramente todo lo que quiero hacerte?

Vale. Dicho así, sueno tan contradictoria que doy vergüenza. Lo miro un poco arrepentida y su risa se intensifica.

—Ya, joder, lo voy pillando. —Suspiro, me froto la frente y me lanzo—. ¿Has tenido alguna vez una relación seria?

—No. De ser así, lo sabrías.

—No tiene por qué. Eres hermético, incluso con la familia.

—No habría ocultado una relación seria, ni siquiera a la familia. Me centré en mis estudios, tuve relaciones, claro, pero ninguna tan importante como para llevar a la chica a una fiesta de la familia. Hay que tener una pasta especial para eso. Y una seguridad en la relación que yo no tuve nunca. Además… siempre he sido más de sexo que de relaciones. —Me mira fijamente—. No pareces sorprendida.

—No lo estoy. Ethan me contó que ibas de santo, pero follabas más que todos los chicos de la familia juntos. —Bufa, pero creo que Ethan tenía razón—. ¿Es verdad que te acostaste con vuestra niñera?

—Eso tiene muchos matices.

—Pero es verdad.

—Pero con muchos matices. Ya no era nuestra niñera.

—¡Tenía como diez años más que tú!

—Y eso me enseñó algunas cosas muy valiosas —dice con una voz tan intensa que lo miro con la boca abierta. Él, lejos de mostrarse avergonzado, sonríe—. No pienso arrepentirme de haber cumplido esa fantasía. Lo único malo de aquello es que los idiotas de mis hermanos me pillaran.

—¿Te tiraste a una profesora de la facultad? —sus hombros se tensan—. Ethan dice que…

—Ethan debería callarse la boca un poquito.

—Dice que te tiraste a una profesora de la facultad. —Su silencio es toda la confirmación que necesito—. ¡Oliver! ¡Ibas a Harvard!

—¿Y qué pasa? ¿En Harvard no se puede follar?

—¡A las profesoras, no!

—Era una profesora invitada para una materia en concreto y… —Se corta en seco—. ¿Por qué estamos hablando de mi pasado sexual? Yo no te estoy preguntando nada del tuyo.

—¿Quieres saberlo?

—¡No!

—Me acosté con Billy.

—No me importa una mierd… ¿Billy? ¿El guiri de la zona de caravanas?

—Que llames guiri a un chico estadounidense, siendo tú estadounidense, es raro.

Oliver bufa y se separa de mí, pegando la espalda al respaldo y cruzándose de brazos.

—Era un pringado.

—No lo era. Era un chico muy agradable.

—Un chico muy agradable que no dejaba de beber leche en botella.

—Eso no es malo.

—¡Iba a la playa con botellas de leche, Emily!

—El calcio es bueno para los huesos. Tú, como médico… —Vuelve a bufar y entrecierro los ojos, divertida—. ¿Estás celoso?

—¿De Billy el lechero? No seas ridícula.

—No lo llames “Billy el lechero”.

—No era yo quien iba a la playa con botellas de leche.

—No, tú eras el que te follabas niñeras y profesoras, que es mucho mejor. —Oliver bufa despectivamente y entrecierro los ojos—. Me hizo un sexo oral maravilloso, para que lo sepas.

Esta vez es él quien me mira mal.

—¿Billy el lechero te lo comió bien? Será por la práctica chupando botellas.

—Ese ha sido un comentario muy cretino, Oliver. Impropio de ti.

—¡Impropio es que me cuentes que Billy el lechero te lo comía bien cuando ahora soy yo quien te lo come!

—De hecho, solo lo has hecho una vez y…

—Eso tiene arreglo.

Tira de mis piernas con tanta rapidez que ahogo un grito. Miro con los ojos como platos el modo en que baja mis pantalones y mis bragas al mismo tiempo.

—¿No se supone que íbamos a hablar?

—Cambio de planes. Hablaremos en cuanto te corras en mi boca. No te preocupes, pienso conseguirlo en menos de cinco minutos.

—Eres un prepotente de mier… Oh, Dios. —Gimo cuando su lengua se apodera de mí.

Demasiado rápido. Demasiado intenso. Apenas tengo tiempo de registrar que hace un segundo estábamos hablando y ahora está arrodillado en el suelo, entre mis piernas, provocándome un placer tan intenso que siento el modo en que la coherencia me abandona. Agarro su nuca con una mano, pero Oliver la intercepta, entrelaza mis manos con las suyas y las mantiene fijas a mis costados, impidiendo que lo toque. Su lengua recorre cada pliegue de mi piel de tal modo que junto las piernas para intentar soportar la intensidad, pero Oliver no es un hombre de promesas vacías y sus hombros, anchos y fuertes, se cuelan entre ellas para que mis piernas no le impidan acabar lo que ha empezado.

Tiene razón. Para mi vergüenza y placer, Oliver consigue que me corra en su boca escandalosamente rápido. Tanto, que cuando estallo, gimiendo y arqueando todo el cuerpo, cierro los ojos y me dejo caer contra el sofá, exhausta y satisfecha. Durante un instante me planteo no abrir los ojos para no encontrarme con su mirada chulesca, pero cuando al fin lo hago, todo lo que veo es una dulzura que convierte mis nervios en gelatina. Oliver acaricia mis muslos con la punta de su nariz y sonríe, pero sin rastro de ese ego que le sale a relucir a veces.

Hace amago de hablar, pero las palabras brotan de mí de un modo sorprendente, incluso para mí

—Oliver 1 – Billy el lechero 0.

Me avergüenzo en cuanto lo digo. Mierda. Eso ha sido una julietada, aunque me joda admitirlo. Y quiero pedir perdón, lo haría, de verdad, pero las carcajadas de Oliver me lo ponen muy, muy difícil. Y la cosa no mejora cuando, sin previo aviso, se levanta y me alza en brazos, haciéndome soltar una exclamación de sorpresa.

—Vamos a ver si puedo mejorar aún más mi puntuación en la cama.

—¿Qué ha pasado con lo de hablar?

Se para en seco, conmigo aún en brazos, y me mira a los ojos con una intensidad que me quema.

—Esto no es puntual —susurra—. No quiero que lo sea. Te quiero en mi cama cada día. Sin dudas.

—¿Cómo en una relación? —pregunto con el corazón a mil por hora.

Él me mira muy serio, pensando en mis palabras, pero no le lleva más de unos segundos asentir.

—Como en una relación —susurra—. Tú y yo, Emily. Aunque arda el mundo.

Trago saliva, lo beso y apoyo mi frente en la suya.

—Tú y yo, Oliver. Aunque arda el mundo.