Dejo caer la frente contra los azulejos de la ducha mientras el agua me empapa por completo. Agradezco como nunca que sea una ducha con efecto lluvia, porque normalmente ayuda a despejar mi cabeza en días malos en el trabajo, pero esto… Esto no va a conseguir solucionarlo.
Acabo de acostarme con Emily. Joder. Acabo de acostarme con Emily Corleone León. Cojo aire por la nariz, lo expulso por la boca y me preparo para el arrepentimiento, porque está claro que debería sentir algún tipo de arrepentimiento, pero, sorprendentemente, no llega. Por el contrario, las ganas de salir de aquí y abrazarla son desesperantes. Y no es porque el sexo haya sido bueno. Aunque, joder, qué bueno. Pero no es por eso. Es porque siento que todavía no la he besado lo suficiente, ni la he tocado lo suficiente, ni la he mirado lo suficiente. Y aquí viene el problema, porque no sé qué piensa ella, a santo de qué hemos hecho esto y por qué se ha propuesto volverme loco con ese disfraz. Lo agradezco, porque la tensión era evidente y un tanto insoportable últimamente, pero, aun así, necesito saber qué piensa que pasará desde ahora. Si fuera otra mujer, no me preocuparía tanto, pero se trata de Emily. Ella es familia. Independientemente de que esto siga adelante o no, su familia y la mía están tan unidas que se consideran parte la una de la otra. Un paso en falso y haremos daño a mucha gente.
Además, aunque no tenga nada en contra de su actitud de mujer fatal, sino todo lo contrario, sé bien que Emily es mucho más prudente. Y no es una queja, ni muchísimo menos, pero se me están escapando un montón de cosas. ¿Y si esto solo ha sido un polvo para ella? No es una mujer de rollos de un solo día y creo que no lo haría conmigo, pero ahora mismo estoy completamente perdido.
Mil dudas revolotean por mi cabeza a la velocidad de la luz, así que decido que lo mejor es salir de una vez por todas. Enfrentar la realidad de lo que hemos hecho y tener una conversación al respecto. Sería mucho mejor y más fácil tumbarme, abrazarla y esperar a ver qué pasa, pero no soy ese tipo de hombre. Soy práctico, necesito controlar los aspectos más importantes de mi vida y este lleva camino de serlo, así que me pongo un bóxer limpio, salgo y lo suelto del tirón, intentando que no se cierre en banda.
—Em, tenemos que hablar.
Ella se tapa con la sábana hasta el cuello, lo que me hace maldecir interiormente. ¿Eso significa que se arrepiente? ¿Que no quiere que la vea desnuda? ¿O que…?
—Tú dirás.
No hay rastro ya de su actitud devoradora de hombres en su tono, y no sé si eso me gusta. Suena… insegura, así que un pensamiento terrible empieza a azotar mi mente. Trago saliva y decido empezar por ahí, porque me parece lo más importante.
—¿Has bebido mucho esta noche? —Ella me mira entrecerrando los ojos, como si no me entendiera, así que intento explicarme con suavidad—. Mira, si has hecho esto porque has bebido de más y… —Me mira mal e intento solucionarlo—. Solo quiero que sepas que no pasa nada. Hemos sido cuidadosos y podemos olvidar el asunto y…
—¿Crees que estoy borracha, Oliver? —La miro fijamente.
—No, no lo pareces, pero…
Ella bufa, se envuelve en la sábana procurando que yo no vea nada y sale de la cama con un aire de indignación que me preocupa, porque igual está molesta conmigo.
—Eres un imbécil redomado, que lo sepas.
Pues sí, está molesta.
—Emily, espera un segundo.
Ella hace amago de salir de la habitación y, cuando sujeto su brazo, se revuelve.
—¿Crees que necesito emborracharme para enfundarme un disfraz sexy y llevarte a la cama? Anoche podría haberme acostado con cualquiera de la fiesta, idiota.
El modo en que se rebela me hace fruncir el ceño, porque creo que se me está escapando algo.
—No he dicho en ningún momento que no pudieras acostarte con cualquiera. Créeme, sé bien que he sido el cabrón con más suerte de esa fiesta. Probablemente del mundo entero, pero quiero entender cuáles son los motivos que te han llevado a actuar como una…
—¿Puta?
—¿Qué? ¡No! Joder, Emily, deja de estar a la defensiva y poner en mi boca palabras que no he dicho. Tienes todo el derecho del mundo a hacer lo que quieras y yo jamás usaría esa palabra como un insulto hacia nadie. Y tú tampoco, así que piensa bien lo que dices antes de hablar. —Su cara se enciende tan rápido que maldigo—. Mierda, no quería ser borde. Solo quiero que…
—Tengo que darme una ducha.
Su voz es tan temblorosa y sale tan rápido del dormitorio que me quedo clavado en el sitio. Le he hecho daño, es evidente, y me jode la vida, pero esta conversación debemos tenerla precisamente para que no podamos caer en malentendidos, así que me pongo un pantalón de chándal y me apoyo en la pared del pasillo, al lado del baño. Cuento los minutos que oigo correr el agua de la ducha y, más tarde, los que pasan en silencio. El tiempo que tarda en vestirse es tan eterno que me da tiempo a pensar en lo mucho que la he cagado en las formas. Me paso una mano por el pelo, un tanto desesperado, y cuando la puerta por fin se abre, me enderezo dispuesto a no dejarla ir a su habitación hasta que hablemos. Joder, ni siquiera entonces. Quiero que vuelva a mi cama. Conmigo. Pero no sé cómo dejar de estropearlo todo. Que tenga los ojos enrojecidos cuando por fin abre la puerta no ayuda en nada, porque ahora me siento el ser más miserable del mundo.
—Pequeña…
—Es tarde, Oliver. Vamos a dormir. —Intenta mirar al suelo en todo momento, pero cuando pasa por mi lado para ir a su habitación la intercepto, abrazándola pese a lo tensa que está.
—Emily, todo lo que quiero saber es si hay algo por lo que yo tenga que pedir perdón.
—Muchas cosas.
—Antes de que acabáramos aquí —le recalco. La separo de mí, no sin esfuerzo, y hago que me mire a los ojos—. Ha sido la mejor noche de mi puta existencia, al menos hasta el momento en que todo se ha torcido.
—¿Te refieres al momento en que te has largado dejándome en la cama recién follada y has vuelto para preguntarme si estaba borracha y por eso he intentado seducirte dando por hecho que, de otro modo, no podría hacerlo?
Abro la boca, completamente estupefacto.
—Vale, por partes. Una cosa es que yo la haya cagado con la elección de algunas palabras. —Hace amago de quejarse y la corto—. Y otra, que tu propia autoestima haya magnificado todo.
—¡No he magnificado nada! Piensas que no soy capaz de seducirte y…
—Joder, Emily, acabo de follarte y ya estoy deseando follarte de nuevo. ¿Cómo no vas a poder seducirme? ¡Claro que puedes! Pero normalmente eres más calmada y menos… impulsiva. Solo quería que me confirmaras que no te arrepentías y que lo que has hecho, lo has hecho con todos los sentidos. ¡Nada más!
—¡Pues ya lo sabes! Y ahora, déjame irme a mi habitación. No quiero ni verte.
Se deshace de mis manos y aprieto la mandíbula mientras la observo colarse en su habitación y cerrar de un portazo. Esta contradicción entre la Emily tímida, la Emily que estalla en julietadas y la Emily testaruda acabará conmigo.
Decido dejarle unos minutos para que se calme, bajo a la cocina y cojo una cerveza. Me aposto sobre la encimera y pienso a fondo en todo lo ocurrido desde que hemos llegado. Ni cinco minutos necesito para saber que no quiero estar aquí, comiéndome la cabeza. Quiero estar arriba, con ella, así que dejo la cerveza, subo y toco con los nudillos en su puerta. No responde y la conozco bien: hablar a través de la puerta no solucionará nada, así que decido jugármela a lo grande. La he cagado, vale, pero pienso arreglarlo. Entro en mi dormitorio, me quito el pantalón de chándal y abro mi armario arrepintiéndome de esto incluso antes de empezar.
Este está resultando ser el día más surrealista de mi vida. ¡Y tengo una familia donde el surrealismo está a la orden del día! Cojo mi bata del hospital; una de ellas, al menos. Abro mi maletín de primeros auxilios en casa y me cuelgo el estetoscopio. Luego, me miro en el espejo de cuerpo entero. Desnudo, a excepción del bóxer, con la bata abierta y el estetoscopio colgando del cuello.
De todas las putas maneras de hacer el ridículo…
Me rasco la frente. Odio esto. Odio disfrazarme porque me siento tonto, fuera de lugar y ridículo, por eso me negué a hacerlo en la fiesta. Me he negado todos los años desde que era adolescente y no me arrepiento, ni siento que me esté perdiendo nada, como dicen mis hermanos. Soy perfectamente feliz siendo Oliver, el serio, aburrido y sin gracia. Tanto es así que estoy a punto de quitármelo todo, pero entonces pienso en Emily y el modo en que ha hecho estallar las cabezas de muchos al presentarse en la fiesta con ese disfraz que… Joder. Es que odio los disfraces para mí, pero desde hoy los adoro si los lleva ella. Cierro los ojos. Esto no es bueno. Estoy pillado. Estoy…
Suspiro. No es momento de comerme la cabeza. Me he acostado con ella y quiero volver a hacerlo. Pese a todo lo que tenemos en contra, que es mucho y seguramente me dará mucho que pensar cuando me siente a darle vueltas. Pero ahora mismo, nada de eso me importa, salvo hacer que Emily se sienta mejor y, a poder ser, con mucha suerte, vuelva a mi cama.
Salgo al pasillo, toco con los nudillos en la puerta y, aunque no recibo respuesta, hablo.
—Tengo algo que enseñarte.
Mi voz sale más baja de lo que pretendía, pero es por la vergüenza que estoy pasando. Apoyo la frente en la puerta. Ella estaba sexy a rabiar, joder. ¿Cómo ha podido llegar a sentir que ha hecho el ridículo? Es distinto a esto mío. Ella estaba preciosa, espectacular, como una Diosa del sexo y… Mierda, no puedo seguir por ahí si no quiero tener una erección y que esta imagen sea aún más patética.
—Pequeña, en serio, tienes que ver esto.
No responde. Bien. No esperaba que fuera tan sencillo. Plan B. Bajo las escaleras, salgo de casa con un banco de la cocina y activo el temporizador de mi teléfono. Lo pongo sobre el banco, enfocando al jacuzzi, y me apoyo en él de brazos y piernas cruzadas, intentando, por todos los medios, no sentirme completamente ridículo, porque estoy convencido de que esto, en el fondo, es una cuestión de actitud. Puede que odie cada minuto de convertir mi uniforme de trabajo en algo sexual, pero no se notará por fuera. Miro intensamente a la cámara, oigo el “clic” que me anuncia que la foto está hecha y luego, sin tiempo de pararme a pensar, se la envío en un mensaje de WhatsApp.
Oliver:
No es lo mismo que aparecer de ángel
perfecto en una fiesta llena de gente,
pero es una muestra de confianza.
Ahora tienes en tus manos la
posibilidad de perdonarme por ser tan
idiota o mandar esta foto al grupo
familiar y dejar que cargue con
bromas de mal gusto durante el resto
de mi existencia.
Me quedo mirando la pantalla como un idiota. Emily se conecta, lo que hace que mi pulso se acelere. Me lee, lo que dobla el latido a un ritmo nada aconsejable, y lo digo como médico. El mensaje de “Escribiendo” me pone tan cardíaco que temo seriamente por mi salud. Desaparece. Aparece de nuevo. Desaparece. Pero ¿qué está escribiendo? ¿Tanto tiene que decir? Cuando el mensaje por fin aparece en mi pantalla, se me desencaja la mandíbula de tanto como abro la boca.
Emily:
Mándame una a cuatro patas sobre
el jacuzzi, sin bata, pero con
estetoscopio, y salgo.
Oliver:
Tienes que estar de broma.
Emily:
No he hablado más en serio en toda
mi vida.
No respondo de inmediato, porque hacerlo implicaría algún tipo de patada verbal que Emily no aceptaría de buen grado, estoy seguro. ¿Cómo que una foto en cuatro patas, joder? Es prácticamente lo peor que podía decirme. Bueno. No. Lo peor sería que me pidiera algo así en el hospital, donde podrían pillarme y mi fama de buen cirujano y futuro prometedor acabarían en entredicho. Me planteo seriamente hasta qué punto me compensa hacerlo, pero entonces vuelvo a mi habitación, miro las sábanas revueltas de mi cama y revivo lo que hemos hecho hace solo un rato. Joder… por repetir eso yo haría el pinopuente en la mesa de operaciones, aunque me joda reconocerlo en voz alta.
¿Y qué quiere decir eso? Está claro que, si estoy dispuesto a hacer algo así por ella, quiere decir algo. Algo importante. Me paseo por la habitación unos instantes intentando recuperar la calma. Solo es una foto, me digo. ¡Pero no es solo una foto! Es un compromiso. Hacer el ridículo y prometerle de ese modo que estoy dispuesto a hacer el idiota tanto como lo necesite para que vuelva a mi cama y a mis jodidos brazos. No haría esto por nadie. Por ninguna mujer… salvo por ella.
Lo haría por ella, joder, y la seguridad que siento con respecto a eso me acojona más de lo que me ha acojonado nada en la vida. Trago saliva, vuelvo a mirarme frente al espejo y me planteo seriamente si merece la pena. Inspiro por la nariz, como siempre que algo me carcome y necesito tomar una decisión importante, y dejo caer la bata en el suelo. Es de madrugada, noviembre, aunque esto sea Los Ángeles, y estoy en bóxer y con un estetoscopio colgando del cuello dispuesto a hacer el gilipollas en el borde del jacuzzi solo para que ella me dé la oportunidad de decirle que soy un idiota. Esto lo cuento y no me cree nadie.
Me hago la foto. Yo por Emily Corleone León haría muchas locuras, según parece, pero me encargo de adjuntar un texto a la altura de mis sentimientos actuales.
Oliver:
A cambio de esta tortura, solo
espero que vuelvas a mi cama,
porque estoy pensando ahora
mismo en un millón de maneras
de hacerte pagar por esto. Aun así,
no te preocupes: en todas acabas
gimiendo mi nombre y corriéndote a
lo bestia.
No presiono la tecla de “enviar” hasta que estoy de nuevo arriba, junto a la puerta. Solo entonces lo hago. No necesito leer la respuesta. Oigo perfectamente el gemido ahogado que exhala al leerme y sonrío, pagado de mí mismo. Sí, puede que haya hecho el idiota, pero todavía sé cómo ponerla nerviosa.
Oigo sus pasos antes de que llegue a la puerta. Mis nervios se tensan ante la perspectiva de verla y, cuando la puerta se abre y la veo, aún con los ojos rojos y mordiéndose el labio, todo lo que quiero es cogerla en brazos y llevarla a mi cama. A poder ser, no dejarla salir de ahí hasta que me sacie. Puede que tarde años.
—No pienso tirarme a tus brazos de nuevo —me dice con voz trémula.
—No tienes que hacerlo, si no lo deseas. —Su silencio me dice lo que de verdad siente, así que me permito sonreír—. Sin embargo, deberías saber que me encantaría que te tiraras a mis brazos. —El brillo que adquiere su mirada hace que el cuerpo se me tense por completo—. Joder, pequeña, me encantaría rodearte con ellos directamente. Solo quiero que hablemos antes. Cinco minutos de conversación sincera, que no es lo mismo que arrepentida.
—Me avergüenza mi comportamiento —admite en voz baja.
Tomo aire por la nariz. Es la dualidad constante de Emily. Vic hace ese tipo de cosas y no se para a pensarlas antes, ni después. Y, si lo hace, no lo sufre tanto como Emily, que le da mil vueltas a lo que hace. Tiene la impulsividad de su madre y la conciencia de su padre, que la obliga a analizar cada cosa que hace. Para según qué cosas no es la mejor combinación, sin embargo, yo estoy empezando a darme cuenta de que es precisamente en esa contradicción constante donde yo me vuelvo completamente loco, porque nunca sé qué esperar de ella. Nunca sé cuándo será la chica tímida y dulce, tan parecida a su tía Amelia, o pasará a ser una mujer arrebatadora, impulsiva y pasional. Nunca sé lo que voy a encontrar con ella y eso… joder, eso es maravilloso.
Ahora solo tengo que intentar explicarme para que no me malinterprete, como antes, y no se sienta ridícula con lo que ha hecho.
Es tan fácil como hacerle entender que me pone como una moto vestida de ángel, pero también lo ha conseguido con un chándal y una coleta.
Tan sencillo como intentar transmitirlo y no cagarla en el proceso.
Puedo hacerlo.
No es para tanto.
Y, si no, siempre me quedará posar con un delantal sin nada debajo, ¿no?
Hoy sí. Hoy estaré lista en Instagram para recibir cariñito, que me he portado muy requetebien, ¿sí o no?
¡Feliz viernes!