Dios santo. ¿Qué estoy haciendo? He perdido la cabeza. Esta no soy yo. Necesito un exorcismo. O una copa bien fuerte de algo. Necesito. Necesito. Ay, Dios, cómo se me ha ido la cabeza. ¿Y por qué no suelto a Oliver? ¿Por qué no puedo soltar a Oliver?
Mis dedos se enlazan en su nuca y ni siquiera soy capaz de determinar si estoy haciéndolo con la fuerza suficiente como para impedirle separarse de mí. Vale que es mucho más alto, ancho y fuerte que yo, pero podría sentirse incómodo, o asaltado, o… Dios mío, qué bien besa. No voy a poder separarme de él en la vida. Me moriré así, besándolo incansablemente, sintiendo sus labios suaves, pero firmes, sobre los míos, y repitiéndome una y otra vez que no he hecho nada tan grave como para romper en pedazos nuestra amistad. Estoy tan tensa y nerviosa que no consigo concentrarme en lo que de verdad está ocurriendo, y eso me da todavía más rabia.
La culpa es de Daniela. Me aseguró que no hay nada como un buen beso para dejarle claro a un chico lo que quieres de él. Todo parecía fácil, en la teoría. Llegar a la fiesta con actitud de “mujer fatal”, contonearme, acercarme a Oli, lanzarle algunas frases provocativas y luego invadir su boca. Así fue como me lo aconsejó su propia hermana así que supongo que siempre puedo echarle la culpa de mis errores. Dios, no, eso es totalmente impropio de mí, pero es que recuerdo el momento en que entré en la fiesta y me tiemblan las piernas. O quizá me tiemblen por el beso que seguimos dándonos. Llegar aquí ha sido más fácil de lo que pensaba. Divisarlo en una fiesta donde todo el mundo, menos él, va disfrazado, también. Incluso lanzar las frases ha sido fácil, pese a su cara de pasmado. Pero esto… esto no está siendo fácil, y eso es lo que hace que de un paso atrás. No puedo asaltar su boca de esa forma. Puede que quiera acabar en una cama con Oliver, pero no será aturullándolo hasta hacerlo perder el sentido. Si tiene que ser, será porque los dos queramos y…
—Joder, pequeña —murmura justo antes de rodearme por la cintura y volver a besarme, dejándome anonadada.
Vale, quizá el plan de Daniela sí que era bueno. Oliver me abraza más, alzando mi cuerpo y poniéndolo parejo al suyo, lo que significa que puedo sentir cada parte de su largo y perfecto cuerpo presionando contra mí. Cada parte. Incluso las partes más interesantes. Y el modo en que las siento hace que gima y vuelva a acariciar su cuello. Oli entiende el gesto al instante, entreabre mis labios y cuela su lengua, mordiendo mi labio inferior y profundizando el beso de un modo que jamás imaginé que me gustaría tanto. Es pasional y demandante, y cuando se separa de mí, apoya su frente en la mía y respira entrecortadamente, ni siquiera puedo pensar en que estamos en una fiesta rodeados de invitados entre los que están nuestros hermanos.
—Nos vamos a casa. Ahora.
Me río con sus palabras, pero es una risa nerviosa.
—Acabo de llegar y…
—Y ya nos vamos. Necesito quitarte eso con los dientes. ¿No era lo que querías?
Ahogo un gemido y siento el modo en que me vibran las piernas. Lo miro a los ojos y la pasión que veo en ellos es… Creo que podría ahogarme en el modo en que Oliver me mira cuando me desea. Porque me desea, y ahora, por fin, lo puedo decir sin dudas.
—Sí, eso es lo que quiero.
Él se relame y yo tengo que juntar más las piernas. Oh, esto va a ser increíble. Estira la mano en mi dirección y ni siquiera lo pienso a la hora de darle la mía para salir de aquí. Dejo que me lleve hacia la salida y, por el rabillo del ojo, veo a mi hermana y a Ethan parados en medio de la pista, mirándonos con una sonrisa y cara de estar alucinando. No me extraña, el espectáculo que hemos dado no es nada propio de Oliver. Ni de mí. Es más bien propio de ellos y…
—Sube —susurra Oli cuando llegamos a su coche.
Le hago caso, pese a lo que me cuesta meter las alas en su deportivo. Él rodea el coche, sube por el otro lado y, ya sentado tras el volante, se detiene a mirarme.
—¿Algún problema? —pregunto un tanto cohibida.
—He cambiado de idea. —Mi corazón late desbocado y aterrorizado ante sus palabras—. La primera vez, ni siquiera voy a quitarte ese jodido disfraz. Voy a dejar eso para la segunda.
Su voz es tan ronca que parece que acabe de beber un chupito de algo extremadamente fuerte y le esté rasgando la garganta.
—¿Quieres hacerlo… así?
—Oh, sí.
Arranca sin darme tiempo a decir nada, y menos mal, porque estoy tan nerviosa que creo que solo me habría salido alguna estupidez. Tengo que volver rápidamente a mi pose de chica mala, pero lo cierto es que eso no es natural en mí, así que, ahora que vamos a casa, en el corto trayecto que recorremos, decido que voy a ser yo misma. Oliver va a acostarse conmigo, Emily Corleone León, y si ha de ser inolvidable, lo será sin que él tenga ningún tipo de dudas sobre con quién está.
El camino es corto. Cortísimo. Cuando quiero darme cuenta estamos en el aparcamiento y Oli ha salido del coche. Abre mi puerta, estira la mano y me pide que se la agarre. Lo miro, serio y tenso, y le doy mi mano mordiéndome el labio inferior.
—¿Estás seguro de querer hacer esto?
—Si por esto te refieres a lamer tu cuerpo de arriba abajo: sí. Si te refieres a tumbarte en mi cama y mirarte mientras me desnudo: sí. Si te refieres a…
—Lo capto —susurro al darme cuenta de que va a subir de nivel su lenguaje.
Él se ríe entrecortadamente y el sonido que emite es… Bueno, si vendieran sonidos enfrascados para poner a tono a las mujeres, sin duda sería muy parecido a ese. Caminamos hacia casa, entramos y Oli me suelta y me señala las escaleras.
—Tú primero.
Sé perfectamente lo que quiere. Este corsé no deja mucho a la imaginación y, si subo antes que él, la vista será cuánto menos interesante, pero no me importa. Quiero que me mire, que me desee y que apenas sea capaz de controlar ese deseo, ahora que estamos a solas, así que le sonrío y subo contoneándome, intentando no parecer nerviosa y procurando que la seguridad no me abandone. Deslizo mi mano sobre la barandilla y lo oigo seguirme en silencio, pero cuando apenas quedan un par de escalones, miro atrás, intrigada por su reacción. Oliver se ha quitado el jersey y lo ha tirado abajo, al suelo. Su cuerpo esculpido al máximo me hace tragar saliva de inmediato. He soñado tantas veces con pasar mi lengua por sus abdominales, o por sus oblicuos, que ahora que voy a tener la oportunidad no sé por dónde quiero empezar.
—Si me sigues mirando así, no vamos a conseguir llegar a mi cama.
Sonrío, me giro del todo y elevo una ceja.
—¿Queremos llegar a la cama?
Se acerca en solo dos zancadas y el gruñido sexy que sale de su garganta reverbera en todo mi cuerpo.
—La primera vez, sí.
Sus manos se agarran a mi cintura fuertes, enormes en comparación con las mías, abarcando mis costados por completo. Gimo por el contacto y él gime, supongo que en réplica a mi reacción. Me alza en vilo sin ningún esfuerzo, me pega a su cuerpo y me lleva al dormitorio. Apenas faltan unos pasos, pero aprovecho para besar su barbilla y el punto de su mejilla donde se marca un hoyuelo cuando sonríe. Oli me abraza con tanta fuerza que cierro los ojos y, cuando vuelvo a abrirlos, estoy tumbada en la cama boca arriba, con las alas desplegadas debajo de mí y el pelo esparcido por todas partes.
—Joder, ni en mis mejores sueños imaginé una visión como esta.
Sus palabras me dan seguridad, pero es el modo en que me mira lo que hace que me sienta poderosa. Como si yo fuera aquí el regalo de los dos. Me mira como se debe mirar un billete de lotería premiado. Dios, si supiera que me siento exactamente igual…
—Ven aquí. —Mi voz suena más necesitada de lo que pretendo, pero eso solo consigue oscurecer más sus ojos—. Por favor.
No responde de inmediato. Se desabrocha el pantalón vaquero, lo baja y me deja ver un bóxer negro y apretado. Su erección es tan notable que no puedo evitar gemir, lo que acelera su proceso de desnudarse. Se quita los zapatos, los calcetines y los pantalones casi al mismo tiempo y, cuando se endereza, mi respiración trastabilla.
—Eres tan perfecto… —musito.
—¿Yo? —Suelta una risa incrédula y se arrodilla en la cama, abriendo mis piernas y pasando las yemas de los dedos por mis tobillos—. Pequeña, no te llego ni a la altura de estos preciosos tacones.
Alza una de mis piernas y me sorprende el modo en que es capaz de excitarme simplemente acariciándola. La coloca sobre su hombro, haciéndome sentir expuesta y deseada al mismo tiempo. Besa la parte interna de mi tobillo y, cuando gimo, baja esa pierna y repite el proceso con la otra.
—Oli…
—¿Te duelen los pies?
—No.
—Bien, porque estos zapatos van a quedarse un tiempo puestos. —Gimo, y su sonrisa pretenciosa me excita más, si cabe.
Abre más mis piernas, se tumba sobre mí y se estira, cuan largo es, haciendo coincidir nuestras entrepiernas. La sensación de tenerlo tan duro sobre mí me hace gemir, pero esta vez Oliver no sonríe, sino que me imita. Veo sus ojos entrecerrarse cuando se mueve, presionando nuestros cuerpos y besando mi cuello por primera vez. Mordisquea la base suavemente hasta llegar a la clavícula, donde juega con sus labios, dientes y lengua. Nadie me hubiese dicho jamás que podía excitarme tanto así, pero aquí estoy, temblorosa y necesitada como nunca en mi vida. Elevo las caderas, o lo intento, y Oliver estira una de sus enormes manos sobre mi muslo derecho, abarcándolo y alzándolo para que le rodee la cintura. Lo hago, pero se me escapa cuando, bajando, se desliza entre las sábanas. Protesto, pero no sirve de nada. Él solo sonríe y mordisquea cada porción de piel que encuentra a su paso. Y, pese a que dijo que no me quitaría el corsé en un inicio, desata los cordones con premura, como si ni siquiera fuera consciente de lo que hace. Lo abre, dejando mi estómago y mis pechos libres, y suelta un sonido tan ronco y masculino que tengo que apretar las piernas en respuesta.
—Tan… tan… Dios. No tengo palabras.
Su boca se enreda en mi pezón antes de que yo pueda responder algo. Echo la cabeza hacia atrás, presa de un placer punzante, y dejo que Oliver acaricie cada parte de mi cuerpo que encuentre y desee. En algún punto cierro los ojos y, cuando los abro, es porque siento el modo en que sus manos se aferran a la tela de mis braguitas. El rasgado es tan rápido que suelto una exclamación de sorpresa. Cuando quiero darme cuenta, tiene las manos cerradas en puños y tela de mis bragas en cada una de ellas. Lo miro anonadada, pero él solo sonríe, pese a la respiración entrecortada.
—Era lo que querías, ¿no? —Ahogo un gemido en respuesta y él se muerde el labio—. Abre las piernas para mí, Emily.
Siempre lo supe. De algún modo, siempre supe que Oliver es demandante en el sexo. Sabe lo que quiere y va a por ello, aunque lo que quiera ahora sea darme placer a mí. Obedezco; tendría que estar loca para no hacerlo. Abro las piernas y, cuando sus labios se acercan a ese punto en concreto, suelto un jadeo tembloroso de anticipación. Oliver no se ríe. Al revés. Eso parece animarlo más, así que no me sorprende que, cuando por fin abre mis labios y pasa la lengua por mi centro, lo haga con tal dedicación que por poco me desmayo. Elevo las caderas, buscando más, y cuando me lo da solo puedo pensar en una cosa: lo necesito del mismo modo.
Quizá por eso tiro de su pelo, separándolo de mí. Oli me mira desconcertado, pero sonrío.
—Túmbate y deja que me ponga sobre ti.
—Quiero comerte, nena.
—Oh, lo harás.
Entre la nebulosa de su mirada puedo ver el momento exacto en que se percata de mis intenciones, porque una sonrisa lenta y sensual se extiende por sus labios. Me obedece, tumbándose boca arriba. Me deshago de las alas, pese a sus protestas, y me quedo solo con el liguero y los tacones. Me coloco sobre él, pero al revés, y siento sus labios sobre mí antes de poder bajar su bóxer. Cuando por fin lo hago, su erección salta libre y poderosa. Dios, es perfecto incluso aquí. Lo acaricio con mi mano y el suspiro satisfactorio de Oliver me impulsa a no detenerme ahí. Lo acojo en mi boca, decidida a volverlo loco, y en cuanto mis labios tocan su glande siento el modo en que se tensa. Esto lo hago yo. Lo provoco yo. La sensación es tan indescriptible que me dejo llevar por las sensaciones. Chuparlo, lamerlo y disfrutar del modo en que su cuerpo responde bajo el mío se convierte en mi obsesión. Tanto, que ni siquiera me centro en mi propio placer. Quizá por eso grito de sorpresa cuando el orgasmo me sobreviene a los pocos minutos. Alzo las caderas, intentando apartar sus labios de mi zona más sensible ahora mismo, pero Oliver se agarra a ellas y no despega su boca, consiguiendo que el placer se prolongue hasta volverse casi insoportable. Casi, porque lo soporto y, Dios, es brutal. Aprieto su erección con la mano y, cuando estoy a punto de volver a poner mi boca sobre él, Oli me gira en la cama con destreza, dándome la vuelta y colándose entre mis piernas.
—Si sigues haciendo eso, me correré antes de tiempo.
—Yo lo he hecho —protesto.
—Tú puedes recuperarte antes y darme un par de ellos más antes de que yo acabe. —Me guiña un ojo, decidido, y ahogo un jadeo. Dios, es increíble. Apenas he tenido tiempo de registrar sus palabras cuando estira un brazo, abre el cajón de la mesita de noche y saca un condón, ofreciéndomelo—. Pónmelo tú.
Nunca pensé que un acto tan rutinario pudiera convertirse en algo tan sexy. El modo en que sus abdominales se contraen mientras deslizo el látex por su erección es hipnotizante. Cuando está listo Oli empuja mis hombros suavemente, dejándome caer en el colchón, y se coloca entre mis piernas.
—Quiero mirarte a los ojos mientras lo hacemos —susurra cerca de mis labios.
Asiento, tragando saliva ante la intensidad que se desprende de sus palabras, y cuando entra en mí lentamente cierro los ojos inevitablemente. Aun así, me obligo a abrirlos de inmediato y entonces lo veo, a un palmo de mi cara, deseoso de complacerme. Se mueve con lentitud, como si quisiera llegar a cada rincón de mi interior a base de vaivenes profundos y certeros. Mis gemidos son constantes, como una catarata de placer brotando de mi garganta, y el modo en que me mira… Eso es lo que me hace darme cuenta de hasta qué punto me he vuelto loca por él. Eso es, a su vez, lo que convierte esto en algo más que una sesión de sexo intenso y desenfrenado. Busco sus labios, porque me resulta más fácil besarlo que mirarlo a los ojos; lo primero no me da miedo, pero hacer lo segundo y descubrir que él no se siente como yo me aterroriza, así que lo beso, mordisqueo sus labios, su barbilla y su mandíbula aferrándome a sus caderas, hasta que Oliver cuela una mano entre nuestros cuerpos y acaricia mi clítoris, instándome a alcanzar el orgasmo nuevamente.
Y lo hago, porque a veces pienso que, si se lo propusiera, podría conseguir que me corriera solo con sus miradas y gestos. Me dejo acompañar hasta la cima y, una vez allí, me dejo ir sin control, gimiendo su nombre, pidiéndole más, sin importarme lo necesitada que pueda sonar: sintiéndome más libre que nunca.
Oliver se mece con más premura, avisándome que está a punto, y cuando noto el modo en que acelera el ritmo, pero no baja la intensidad, me doy cuenta de que este hombre todo lo necesita así: fuerte, intenso. Aprisiono sus caderas entre mis piernas y lo insto a buscar su propio placer, acompañando sus movimientos con mi cuerpo. Él gime roncamente y, en apenas unas embestidas, se entierra en mí de un movimiento profundo y certero y suelta un gemido tan ronco que un escalofrío recorre mi columna vertebral.
Su cuerpo tiembla tanto como el mío, por eso no se separa de mí de inmediato. Cuando lo hace besa mis labios suavemente, luego mi nariz y, finalmente, sale de mí con suavidad.
—¿Estás bien? —pregunto.
Él me mira y sonríe con dulzura, con la respiración aún acelerada y las mejillas sonrosadas por el esfuerzo.
—Sí —sonríe—. ¿Tú?
—Bien —musito.
Oli vuelve a sonreír, pero es una sonrisa… rara. No quiero pensarlo. Me convenzo de que estoy vulnerable por el sexo y veo cosas donde no las hay, pero él se levanta y coge su bóxer antes de salir de la cama.
—Voy a quitarme el condón.
Ni siquiera puedo responder. Oli se mete en el baño, pero no para hacer lo que ha dicho; o no solo para eso. Oigo el grifo de la ducha y me quedo aquí, tumbada, saciada y nerviosa, porque es evidente que no estoy invitada a compartir ese momento con él.
Cuando sale, lo hace inusualmente callado y con un bóxer limpio puesto. Se pasa la mano por la nuca incontables veces, como hace siempre que está preocupado, y entonces me mira más serio de lo que lo he visto desde que empezamos a vivir juntos. Tanto es así, que me tapo hasta el cuello con la sábana.
—Em, tenemos que hablar.
Es increíble el modo en que una caricia suya puede llevarme al cielo y una simple frase puede hacer todo lo contrario con apenas unos minutos de diferencia.
🍒
¿Y bien? 🤭
¡Os espero en Insta! Esta vez no podéis odiarme.
No podéis, ¿verdad? jiji